Inmortalidad Razonable

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Existe una ley inescapable en esta vida, y esa es que la vida en si se acaba. Mirado fríamente desde cierto ángulo esto no debiera suponer ningún problema. Desde el principio de los tiempos hasta el día de nuestro nacimiento no existíamos y eso no parecía suponer ningún problema. Pero es evidente que una de las características más importantes de los seres vivos es que una vez aparecemos en el mundo, nos agarramos a él con uñas  y dientes. En nuestro caso, como animales racionales un tanto enclenques, más que con las unas y los dientes nos agarramos a la vida con nuestras emociones, nuestra consciencia y nuestra razón. A lo largo de la historia los humanos  hemos encontrado un poco extraña la idea de que un ser agente, con capacidad de decisión y consciencia desaparezca así como así.  En muchas culturas primitivas existe un culto a los ancestros y sus espíritus, y se dan distintas creencias como que los ancestros velan por nosotros, interceden ante otros espíritus, nos observan o se enfadan con nosotros produciéndonos distintos males hasta que son apaciguados.  Esto tiene mucha lógica ya que el ser humano tiene una tendencia natural atribuir agencia incluso a seres que claramente no la poseen como el viento o la lluvia, y esto produce la creencia en un tipo de sustancia separada del cuerpo, un alma o espíritu, y esta sustancia
no tiene porque perecer con su soporte material. Existen argumentos evolutivos muy interesantes de porque esto es así, que no voy a discutir ahora.

La llegada de las grandes civilizaciones y el estudio más detallado de los fenómenos naturales que los intelectuales de estas civilizaciones llevan a cabo, no acaba con este tipo de creencias, pero tiende a homogeneizarlas y racionalizarlas. Imagino que se podrían escribir libros de varios volúmenes analizando la historia de las distintas filosofías del alma y de cómo esta transciende a la muerte. Pero creo que a día de hoy las más populares son las que evolucionan de las distintas filosofías y religiones del lejano oriente, con el concepto de una rencarnación en seres más o menos parecidos al humano dependiendo del mérito, y la que nos es más familiar que evoluciona con la religiones monoteístas abrahámicas. En estas, Dios dota al sujeto de alma en el momento de la concepción o unos días más tarde, y una vez que el sujeto muere el alma se libera del cuerpo para ser trasportada a un lugar de eternas bendiciones o de eterna tortura dependiendo del comportamiento (más hacía Dios que hacia sus semejantes) de este sujeto en vida. En distintas épocas los detalles de esta vida futura cambian. En momentos existe un purgatorio o limbo para los casos que nos estás del todo claros, en otros momentos no. Ciertos cristianos creen en la resurrección del cuerpo junto con el alma otros no. En la Edad media, el infierno era muy tangible y se daban detalles de las torturas llevadas a cabo dependiendo del pecado. En la actualidad se evita dentro de lo posible hablar del infierno y si se reconoce su existencia, se procura no entrar en detalles.

Como hemos visto, en el momento en que una increíble serie de revoluciones científicas que se suceden sobre todo a partir del siglo XVI y XVII para poner cabeza abajo nuestra concepción del universo, el apego natural por la vida y el ansia de extender esta lo más posible, se habían codificado en una serie de creencias mucho más estructuradas que aquellos primitivos espíritus que seguían a  nuestro alrededor más allá de su muerte física. La intención de los primeros científicos que se lanzaron a explorar el mundo usando el método científico no era ni mucho menos desmentir la existencia de un alma y de una vida eterna. Pero los nuevos descubrimientos son cada vez más difíciles de encajar con la posible existencia de un mundo paralelo donde una sustancia separada como el alma habita. De forma más reciente la disciplina que, de nuevo sin buscarlo en algún modo, está erosionando la poca base racional para el alma es la neurociencia. Lo que nosotros asociamos con el alma, los procesos cognitivos más complejos que hasta hace poco no parecían tener ningún tipo de explicación mecánica, están siendo revelados cada vez en mayor detalle por los neurocientíficos.  Y queda claro que nuestras personalidades crecen y se desarrollan con nuestro cerebro, y se destruyen con él. Distintos daños cerebrales están asociados la pérdida de distintas habilidades cognitivas, lo que nos lleva a pensar si el alma de una persona con alzhéimer o con un daño cerebral que le impide hablar, sobrevive con o sin estos daños para la eternidad.

Hace mucho que la mayoría de los ciudadanos con una educación científica básica parecen desechar la idea de que nuestras mentes puedan superar la muerte de nuestro cerebro. La discusión parece centrarse más bien en si resulta cruel recordárselo a aquellos que sí que creen en ello, o a aquellos incluso nosotros mismos, que se aferran a la idea de transcender esta vida en momentos emocionalmente duros, como la pérdida de un ser querido o al enfrentarse a una enfermedad terminal.
Lo bueno de asumir la realidad tal y como es, es que te permite desde joven empezar a trabajar en las herramientas filosóficas a utilizar al menos contigo mismo, cuando estos momentos duros lleguen. Que visión poética y transcendente de la vida aplicar para darle valor al tiempo vivido sin mentirte a ti mismo. Yo a veces me recuerdo una serie de letanías que pienso que a  lo mejor me pueden ser útiles algún día. Aunque quizás en su momento tampoco sirvan de ningún consuelo. Es difícil saberlo. Lo interesante de ellas es que al menos son verdad, y es un ejercicio entretenido meditar sobre formas de transcender la muerte que no violan las leyes de la física.

Para esto lo primero es meditar sobre que somos, cada uno de nosotros como individuos. Hoy en día parece innegable que todos nosotros estamos compuestos de átomos, que a su vez se componen de partículas más pequeñas. A algunos la idea de que cada uno de nosotros seamos una combinación de trillones de átomos y moléculas parece molestarles. Para mis es todo lo contrario. Los átomos son pequeños seres, inanimados pero seres al fin y al cabo, que tienen muchas de las cualidades que a nosotros nos gustaría poseer. Más allá del misterio que los átomos en sí mismo representan, como amalgamas de partículas que son a su vez excitaciones de campos que permean todo el universo pero que ante todo están llenos de espacio vacío, vamos quedarnos en el nivel en el que los átomos son pequeñas partículas que vuelan libres a lo largo del universo. Y ellos sí que son inmortales. No es que no puedan ser destruidos, pero si algo no se los lleva por delante, no tienen porque desaparecer. Además viajan libremente distancias de millones de años luz, y de alguna forma conocen zonas del universo donde nosotros no llegaríamos ni con las tecnologías espaciales más punteras. No creo que luego puedan enseñarse las fotos de sus viajes los unos a los otros, pero yo tampoco le presto tanta atención a las fotos de Facebook de las vacaciones de los demás en el fondo. Y nosotros sí que podemos disfrutar imaginando que somos un átomo recorriendo vastas extensiones de espacio y tiempo, quizás conociendo otras formas de vida ya desaparecidas en otras galaxias. Parte de los átomos, los más ligeros, como hidrógeno o helio, se formaron poco tiempo después del Big Bang, pero la mayoría provienen de reacciones nucleares en el corazón de grandes estrellas que en ocasiones en la explosión de una supernova son expulsados a millones de kilómetros de distancia. Muchos físicos bromean con esto. Si te sientes poético piensa que eres polvo de estrellas ¡Pero no olvides que también nos podemos considerar residuos nucleares¡ Sin embargo, lo más impresionante es pensar que muchos de estos eternos viajeros interestelares están dentro de ti y todo a tu alrededor, y que de alguna forma, siguiendo las leyes de la física y sin tener ningún tipo de inteligencia consiguen organizarse en estructuras complejas, creando seres vivos e incluso gente inteligente como tú que puede reflexionar sobre la existencia de los maravillosos átomos. Otra cualidad increíble de los átomos, es que son increíblemente pequeños y numerosos. Tanto es así que hay más moléculas en un litro de agua que litros de agua en el océano, o existen más átomos en un soplo de aire que soplos de aire en la atmosfera. Las posibilidades combinatorias que esto produce son muy curiosas, porque si elijes un héroes histórico cualquiera, el que más admiración te produzca puedes estar seguro que alguno de los átomos que el respiro forma parte de tu propio cuerpo ahora. Este pensamiento también tiene su contraparte oscura, por lo que los átomos o moléculas de todo tipo de fluidos de los personajes más odiosos o tediosos de la humanidad, también cumplen esta norma ¡Imagina en que parte del cuerpo de Felipe IV pudieron haber estado los átomos de hidrógeno de tu próxima cerveza! Y si te estás animando reflexionando sobre estas pequeñas amalgamas de partículas, no te encariñes demasiado por que tus átomos no van a estar siempre contigo. De forma estadística puedes esperar que cada cierto número de años los átomos que componen tu cuerpo se renueven completamente. Así que materialmente hablando, poco te queda de ti mismo cuando eras niño, y puede ser que partes de tu brazo izquierdo anden ya por China, el fondo del océano o estén rodeando la Estación Espacial Internacional. Y lo mismo sucederá con los átomos que te acompañas en este momento. Ellos seguirán viajando por el universo indefinidamente.

Quizás esté apareciendo como excesivamente materialista. La verdad es que creo que si bien la materia que nos forma, es innegablemente una parte importante de nosotros, no creo que sea ni mucho menos la más relevante. He cerrado el párrafo anterior mencionando que los átomos que nos componen se van renovando hasta tal punto que llega un momento en que hasta la última molécula que forma parte de nosotros nos deja. Pero aún así, tenemos la impresión de que existe una cierta continuidad entre nosotros mismos hace unos años y ahora, por mucho que aquello de lo que estamos compuestos haya cambiado. Yo diría que esto es así porque cada uno de nosotros estamos tan formados por materia como por algo mucho más etéreo, y lógicamente después de todo lo que he dicho no me refiero al alma. Me refiero a la información. En gran parte aquello que somos es información. Y de la misma forma que hemos visto que nuestro cuerpo está formado por átomos que nos sobreviven y que obedecen a leyes universales si cabe más inmortales que ellos, aunque quizás no eternas, también la información de la que estamos hecho existe antes de nuestra concepción y sobrevive nuestro fin. En ninguno de los casos creo que sea tan longeva como la materia en sí. Pero comparada con nuestras cortas vidas es casi inmortal.

Para este artículo voy a dividir esta información que forma parte de nosotros, o de la que nosotros formamos parte, en dos categorías distintas. Una es la información genética que define como se construyen nuestros cuerpos y mentes. La otra es el conocimiento, relacionado con nuestra increíble capacidad humana para almacenar y procesar información sobre el mundo que nos rodea. Comenzando con la información genética creo que solo muy recientemente está empezando a calar entre el público en general la enorme relevancia de esta en cada detalle de aquello que está vivo. Resulta increíble pensar que en algún momento una serie de moléculas comenzaran espontáneamente a autoreplicarse creando un mundo de seres vivos que interactúan los unos con los otros produciendo cadenas de increíble complejidad, que a lo largo de la historia geológica de la tierra han sido capaces de reordenar por completo la superficie de esta. Hay que tener en cuenta que nuestra atmosfera con su actual proporción de gases es una creación de millones de bacterias liberando oxígeno y otros gases a lo largo de milenios. También es increíble pensar como estas moléculas evolucionan hasta convertirse en el ADN que conocemos, formando genes que se reconfiguran en estructuras cada vez más complejas para crear vehículos que les ayuden a perpetuarse en su lucha por la supervivencia. Y eso vehículos somos nosotros, los seres vivos que poblamos la tierra. Bacterias, plantas, animales somos todos una gran familia de una larga estirpe de genes que se agarran a la superficie de este nuestro planeta, con una tenacidad increíble. Nuestro ADN nos hace en gran medida lo que somos y define desde nuestra apariencia y la forma de nuestros cuerpos, hasta nuestro comportamiento y la forma en la que funciona nuestro cerebro. De alguna forma, igual que los átomos que nos forman se combinan en moléculas más complejas que acaban formando los aminoácidos y proteínas que son los ladrillos con que forman nuestro tejidos, la información genética se recombina para crear el diseño que dice como han de ser cada uno de estos ladrillos, en que parte del plano han de ubicarse y cual es su función. Así, con una serie finita de paquetes de información se puede crear una infinidad de formas de vida cada una con sus particularidades. A mí esto me reconforta, porque quiere decir que todos estamos hechos a partir no solo de los mismos átomos. También estamos hechos de los mismos signos, de las mismas letras de un lenguaje que puede crear una literatura infinita. Continuando con la metáfora lingüística, cabe pensar que los humanos somos un dialecto particular de una lengua perteneciente a este lenguaje natural. Y nuestros ojos, manos y personalidades son palabras y frases que explican a la materia como esta se ha de ordenar para crear nuevos diálogos en una obra de teatro interminable. Esto me mueve a pensar que cuando alguien muere y nos deja para siempre, al menos nos podemos reconfortar pensando que los mismos paquetes de información que le hacían ser como era siguen ahí, sobre todo en sus familiares más cercanos, pero también en muchos otros individuos a lo largo del globo. Yo un día desapareceré del mundo, pero habrá alguien que por simple casualidad tenga mis ojos, o mi sonrisa, que gesticule como yo en ciertas situaciones. Las palabras que componen mi poema no estarán ahí en el exacto mismo orden. Pero una palabra, o una metáfora o una rima asomarán en otro poema. Y aquellos que me echen de menos podrán apreciar esto. Podrán ver a alguien que lleva puestas mis cejas, o que tiene un timbre de voz similar. Al fin y al cabo si se reparten las cartas muchas veces, las mismas combinaciones acaban reapareciendo por necesidad, más aún en los descendientes de mi familia, que están hechos de cartas parecidas. Nuestros seres queridos no seguirán ahí exactamente como los recordamos. Pero ciertamente podemos encontrarles dispersos de alguna forma entre el resto de la humanidad.

El otro tipo de información que forma parte de nosotros no es mucho más familiar. Es la cultura y el conocimiento. Cada uno de nosotros almacena millones de recuerdos de distintos tipos. Algunos de ellos son totalmente personales y subjetivos, y me referiré a ellos antes de cerrar el artículo. Pero muchos otros son parte de la cultura a la que pertenecemos o del común de los conocimientos compartido de la humanidad. Cada uno de nosotros almacenamos millones de palabras, conocimientos matemáticos, conocimientos sobre historia, arte televisión. De alguna forma todos ellos forman una especie de continuo que esta tanto fuera como dentro de nuestras mentes. A veces la información se puede encontrar en una mente o conjunto de mentes. Otra en soportes materiales que los humanos hemos inventado para almacenar información como libros, CDs, los discos duros de nuestros ordenadores… Uno puede incluso concebir ciertos tipos de conocimiento como seres hechos de información que naces crecen se reproducen y mueren. El biólogo Richard Dawkins, propuso la existencia de autoreplicantes similares al ADN, pero cuyo medio serían las redes neuronales de los cerebros humanos. El llama a estos replicantes “memes”. Podríamos considerar que ideologías como el nacionalismo, la religión o incluso el método científico, estarían en su base compuestos por especificaciones de estos memes del mismo modo en que el ADN dicta como somos nosotros. Pongamos como ejemplo España. El concepto habría crecido poco a poco en la mente de los habitantes de la península Ibérica hasta consolidarse. Los edificios que albergan las instituciones y las infraestructuras como las redes de carreteras serían parte de su fenotipo extendido en la misma forma que las presas son parte del fenotipo extendido de un castor. Si esto es así, de nuevo nos encontramos con que los bits de información que forman parte de nosotros, de nuestras mentes y personalidades están compartidos por las personas que tenemos alrededor y por tanto gran parte de la información de la que estamos compuestos nos sobrevivirá. Según se acerque nuestra muerte podemos pensar que la gente aún seguirá disfrutando de Mozart, de la Guerra de las galaxias o el  Señor de los anillos. Muchos de los chistes que nos hacen reír sobrevivirán. También lo hará la palabra cachivache, el teorema de Pitágoras o la letra B.

Sin embargo sí que creo que hay una parte de nosotros que deja el mundo para siempre. Esto es lo que hace que la vida de cualquier ser sensible sea tan increíblemente valiosa. Es cierto que podemos reconfortarnos pensando en que la mayor parte de aquello que forma parte de nuestra esencia va a sobrevivir. Los átomos de los que estamos hechos sin la menor duda. Ellos serán posiblemente la parte de nosotros que sobreviva a todas las demás. También la mayor parte de la información genética que nos hace lo que somos seguirá ahí después de nuestra muerte, porque en el fondo somos todos muy parecidos. También lo hará la mayor parte del conocimiento que utilizamos para navegar el mundo y comunicarnos con los demás. Pero como seres conscientes, cada uno de nosotros somos un punto de vista único e irrepetible. Somos parecidos pero no exactos. Antes mencione que hay un tipo de conocimiento que no forma parte del gran corpus cultural que compartimos con distintos grupos humanos. Existe un conocimiento basado en la experiencia personal. Recuerdos de nuestra infancia, de experiencias que solo nosotros hemos vividos. Y basados en estos formamos nuestras propias opiniones y formas de enfrentarnos al mundo. Esto hace que nuestras personalidades siempre tengan particularidades e idiosincrasias. Y estas son muy relevantes para aquellos que nos conocen y con los que compartimos el día a día. Todos tenemos este punto de vista único e irremplazable de la realidad. Hasta la persona más solitaria y olvidada. Por eso una muerte siempre tiene un gran componente de tragedia. Pero volviendo al enfoque más luminoso del artículo, nada nos impide darle un pequeño giro a la definición que hacemos de nosotros mismos como individuos y dejar entrar al mundo exterior en ella. Existe una membrana que nos separa del exterior por una muy buena razón. La piel. Y es difícil sentir lo que está afuera como propio. Pero la ciencia está demostrando que esta barrera es bien permeable. Que existen espacios dentro de nuestros cuerpos más misteriosos y desconocidos para nosotros que ciudades que solo hemos visitado de vacaciones (¿Que sabes de la vida de millones de bacterias que viven en tu intestino?) y que si tratamos de dar una definición estricta y cerrada de nosotros mismos nos daremos cuenta de que es casi imposible definir una esencia que no sea parte de un continuo que se extienda más allá de nosotros mismos.

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