Henry Cavendish. La importancia de ser raro


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En este artículo quiero hacer un de homenaje a todas aquellas personas tímidas y un poco excéntricas que a menudo no encuentran como encajar entre el resto de humanos. Yo me considero parte de este club, aunque soy consciente de que los hay mucho, mucho más asociales que yo. El protagonista de esta corta biografía es uno de ellos.
En los últimos 5 años he leído mucho sobre ciencia, y algo que me ha hecho sentir genial es que en muchos casos me he podido identificar con las vidas de muchos de los héroes de la investigación y el conocimiento.


En otras áreas como el deporte, la política, la religión, el arte, la música y la literatura también hay personalidades huidizas de corte intelectual, y de vez en cuando siempre hay alguien con quien poderte identificar. Pero en el mundo de la ciencia los caracteres reflexivos, sensibles y un tanto neuróticos aparecen en todos los niveles y da la impresión de que su frecuencia aumente según uno sube hacía los escalones más altos del pódium de los campeones del descubrimiento. Es reconfortante ver como las cualidades que a uno le juegan tan malas pasadas, al menos parecen tener su lugar en el mundo, y da la impresión de que nuestras sociedades modernas, con su asombrosa tecnología y nivel de conocimiento no se habrían podido alcanzar sin este tipo de  personajes tímidos y elusivos.  Y aunque la mayoría de los que tenemos este tipo de personalidad no lleguemos a alcanzar reconocimiento, le llena a uno de orgullo ver como otros parecidos a ti, que seguramente se han enfrentado a muchas de las mismas barreras son un pilar esencial de nuestra sociedad.


Henry Cavendish es posiblemente uno de los casos más extremos de este tipo de fenómeno.  Estamos hablando de alguien que se comunicaba con su ama de llaves por carta porque su extrema timidez le impedía hablarles a las personas del sexo opuesto.  Nacido en 1731, era el descendiente del 1º Duque de Kent por parte de su madre Anne Grey, y de su padre William Cavendish 2º Duque de Devonshire. Esta ascendencia noble fue una suerte tanto para él como para la ciencia, porque en esa época solo los más adinerados y algunos individuos de talento excepcional, podían dedicarse a la investigación.  Cavendish encajaba en ambas categorías y afortunadamente no se dedicó a recrearse en placeres mundanos y superficiales eventos sociales, como gran parte de la nobleza. Al contrario dedicó su vida prácticamente al completo al estudio de la física y la química, destacando sobre todo a aspectos experimentales.


Su interés le viene por parte de su padre que era miembro de la “Royal Society”, una importante y antigua organización dedicada a la promoción de las ciencias en todas sus variedades. Su padre William le lleva desde joven a los mítines y cenas de la sociedad y en 1760 es elegido como miembro. Desde entonces Henry será asiduo a las cenas y reuniones de la organización que se convertirán en prácticamente su único contacto con el mundo social. Dentro de este entorno realiza numerosas colaboraciones y  aportaciones como parte de distintos comités y comisiones. Dada su habilidad para el diseño, uso y calibración de instrumentos, su ayuda es requerida para  mejorar los aparatos de medición meteorológica en el Observatorio Real de Greenwich. Otra colaboración relevante le llevó a tomar parte en la planificación de la expedición de exploración del Polo Norte de Consantine Philips. Sus propiedades en Londres acaban convirtiéndose en bibliotecas  y laboratorios donde Cavendish podía retirarse del mundo para sumergirse totalmente en sus teorías y experimentos. También fue relevante su trabajo en el Museo Británico y en 1799 al fundarse la Royal Institution, Cavendish se convierte en uno de sus directivos y por su puesto centrará su trabajo en el laboratorio de la institución.


Es lógico que con su gran talento Cavendish se convirtiera en una referencia para aquellos que tenían un interés en la ciencia y como hemos comentado a él solo le interesaba la compañía de otros científicos. Pero su complicada personalidad hacía que aún en este entorno en el que se sentía más cómodo, comunicarse con él no resultase nada fácil. Numerosos intelectuales acudían a las tertulias de la Royal Society para conversar con Cavendish e intentar que este les ayudara a resolver distintos problemas técnicos. Pero dirigirse directamente a un carácter con tal aversión patológica por otros humanos no es una buena idea. Existe una anécdota que ejemplifica el porqué. En una ocasión un admirador austríaco recién llegado desde Viena se dirigió directamente hasta la casa de Cavendish seguramente ajeno a las particularidades de su ídolo. Una vez en la puerta, cogió a Cavendish por sorpresa y comenzó a prodigar todo tipo de elogios. Este parece que intentó mantener la compostura por algunos instantes (uno puede imaginar su cara retorciéndose cada vez más), pero finalmente la presión le venció y salió corriendo, dejó la casa por la puerta de atrás desapareciendo totalmente. Los criados tuvieron que pasar la tarde buscando hasta que consiguieron encontrarlo por la noche. Todo hubiera sido menos traumático si este fan hubiera sabido que la forma de dirigirse a Cavendish era acudir a una cena de la Royal Society y acercarse a pasear cerca de su asiento. Y en ese momento así como distraídamente se le pregunta a la pared aquello que uno quiere saber, y si hay suerte y la pregunta era suficientemente interesante el locutor podía recibir un murmullo en respuesta. O, más frecuentemente encontrarse a Cavendish levantándose para buscar un lugar más tranquilo.


Pero lo que hace que aún hablemos de Cavendish no es su trabajo administrativo en distintas comisiones de la Royal Society, ni tampoco sus extraordinarias rarezas, sino su capacidad de llevar a cabo experimentos de una gran precisión que excedía lo normal en la época en la que estos fueran realizados. El más famoso e impresionante de estos lleva su nombre. El objetivo del mismo era corroborar experimentalmente la constante gravitatoria de la tierra lo que conlleva medir la masa de la misma. Cavendish llevó este experimento a cabo por primera vez en el 1797-1798 y el resultado fue de tal precisión que el margen de error es de menos de un 1% con respecto a la cifra actual de 5 972 trillones de toneladas. Este experimento en particular no fue diseñado por Cavendish. La idea original es del geólogo John Mitchell. Pero este antes de morir, consciente de que no podría llevar a cabo el experimento a tiempo decidió enviárselo a un compañero que finalmente puso todo el aparato en manos del mejor científico experimental de la época. El genio de Cavendish en este caso es haber sido capaz de llevar a cabo un experimento tan extremadamente preciso en condiciones muy adversas. En general tendemos a pensar en la fuerza de la gravedad como algo increíblemente fuerte. Pero nosotros con nuestras propias manos podemos contrarrestarla y levanta multitud de objetos. La gravedad es extremadamente débil comparada con el electromagnetismo que es 36 órdenes de magnitud mayor (Esto es 10 seguido de 36 ceros veces mayor). El electromagnetismo gobierna la mayor parte de las interacciones entre objetos que nosotros percibimos ya que controla las interacciones entre átomos y moléculas. Por lo tanto la fuerza de la gravedad no es nada comparada con un soplo de viento, un ruido o una vibración producida por una carreta pasando cerca del laboratorio. Para solventar este problema Cavendish decidió observar el experimento mediante un telescopio desde una habitación contigua y le llevo prácticamente un año de rigurosas mediciones para conseguir el resultado deseado. El experimento en sí (se muestra en la imagen al inicio) se trata de dos bolas de plomo colgando de los extremos inferiores de un soporte en forma de T invertida que cuelga de un marco. Cerca de esta se sitúan otras dos bolas de plomo mayores con un sistema de soporte separado. Estas esferas se atraen mutuamente haciendo girar el soporte en forma de T para equilibrarse más tarde cuando las fuerzas se igualan. Midiendo la interacción gravitatoria entre estas se puede establecer la atracción que a su vez ejerce la tierra y de esta forma se averigua la constante gravitatoria y la masa de la misma.


Pero si bien este experimento es el más espectacular por su complejidad y precisión los descubrimientos de mayor relevancia para el avance de la ciencia en su momento pertenecen al campo de la química y el estudio de la electricidad (aunque estos como ya veremos no se publicaron hasta mucho después). En lo que se refiere a la química destacó en el estudio de gases en una época en la que el estado gaseoso de la materia era un concepto recién estrenado. Se le considera como el descubridor del hidrógeno. Robert Boyle ya había sido capaz de extraer hidrógeno de otras sustancias, pero no supo apreciar su carácter elemental. Cavendish consigue recoger el hidrogeno de reacciones entre distintos metales y ácidos y es consciente de que ha descubierto una substancia relevante. El la llamó “aire inflamable” y en un principio la encuadró dentro de la teoría de flogisto, que era una substancia presente en todo material  y se suponía responsable de su combustión. Más tarde Cavendish abandona la teoría del flogisto para abrazar las nuevas teorías del francés Lavosier que se consideran el principio de la química moderna.


Cavendish también realizo numerosos experimentos estudiando la conductividad eléctrica, pero en este caso, sus rarezas evitaron la publicación de la mayor parte de los resultados mientras aún vivía. En sus publicaciones Cavendish a menudo hacía referencias a experimentos de los que no había informado a nadie, para la desesperación de otros científicos, lo que ya indicaba que sus avances eran incluso mayores de lo que él dejaba saber a los demás.  Prácticamente cien años después James Clerck Maxwell responsable de las ecuaciones del electromagnetismo, se encontró con los escritos de Cavendish y decidió editarlos. Resultó que un gran número de descubrimientos que ya habían sido acreditados a otros ya habían sido estudiados por Cavendish en la soledad de su autoaislamiento. Entre estos se encuentran el concepto de potencial eléctrico, la relación entre este último y la corriente (ley de Ohm), las leyes de la división de la corriente en circuitos paralelos,  la ley de la variación eléctrica de la fuerza respecto a la distancia (Ley de Colombo) y otros.


Para la redacción de este texto me he ayudado del libro “Una corta historia de casi todo” de Bill Bryson y de las páginas de la Wikipedia sobre Henrry Cavendish y el experimento que lleva su nombre.

Imagen:
http://www.espacial.org/miscelaneas/fisica/gravitacion2.htm

1 comentario :

  1. Esta es una historia muy interesante, sí señor...
    ¿Y si este hombre hubiera publicado todos sus descubrimientos en su momento? ¿Dónde estaríamos ahora?
    Pero claro, la evolución depende todo el tiempo de pequeñas cosas :-)

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