Transgénicos ¿Comida diabólica o tecnología incomprendida?






Los productos genéticamente modificados son una gran fuente de controversia. Durante años, he considerado esta una lucha de David contra Goliat, de grupos de activistas defendiendo el bien común contra las malvadas corporaciones que nos venden veneno para hacerse aún más ricas. Pero últimamente, cuanto más me informo, más me doy cuenta de que los cultivos transgénicos no presentan riesgo alguno para la salud. Aquí va mi reflexión.

En lo que se refiere a la alimentación nunca faltan mitos de todo tipo que se mezclan con algunos hechos comprobables, lo que dificulta aún más su detección como leyendas urbanas: el azúcar y la hiperactividad, el chocolate hace que te salgan granos, las fruta después de comer engorda…  El asunto no es nuevo. En el instituto recuerdo que una anécdota que leímos estudiando la ilustración. Creo que el texto era de Jovellanos, aunque no he podido encontrar la anécdota en internet para comprobarlo. Sea como fuere, los ilustrados españoles en su momento se planteaban luchar contra el oscurantismo y la multitud de ideas falsas circulando por el país. Una de ellas era que comer una cantidad determinada de chocolate (una o dos tabletas) era mortal de necesidad. El ilustrado autor de aquel texto, probablemente Jovellanos, decidió comerse varias tabletas de chocolate para demostrar la falsedad de esta idea tan peregrina. Más de dos siglos después hemos mejorado algo, pero no demasiado. La anécdota de Jovellanos me recuerda a una advertencia que siempre me hacia mi abuela, por su puesto en forma de refrán: “encima de la leche, nada eches. Debajo, aunque sea escabeche” La idea es que cualquier cosa que comas después de un vaso de leche te sentará mal, pero no al contrario. Ya en su momento la idea me parecía un tanto extraña. Desde entonces he comido antes y después de tomar leche y batidos y no parece haber gran diferencia. Hace poco llegó a mis oídos otra variante: se puede tomar vino y luego comer sandía, pero no al revés. Alguna prodigiosa alquimia hace que el orden de los alimentos altere totalmente la digestión. No niego que el orden de los factores pueda alterar más de una reacción química. Pero el asunto del vino y la sandía me resulta sospechoso (acepto refutaciones substanciadas por su puesto).

Incluso ahora, señalando lo absurdo de estas ideas puedo imaginar a más de uno encontrándoles sentido. Y quien sabe, pueden tener razón porque alguno de estos cuentos tendrá que ser verdad, pero en general me parece que poco ganamos siguiendo el primer consejo dietético saliendo de la boca del primer sabio de turno. El por qué estas ideas siguen transmitiéndose tiene mucho más que ver con nuestra costumbre de aceptar aquello que dicen las personas en las que confiamos, sobre todo si estas son figuras de autoridad. Sin embargo, el que una persona sea en general inteligente, no quiere decir que todo lo que dice lo sea. Todos somos capaces de buscar una razón al porqué el vino después de la sandía nos va a hacer daño y hasta de inventarnos un recuerdo de alguna sobremesa amarga. Pero si en vez de eso llevamos a cabo el experimento y nos echamos al gaznate un par de copas de vino después de una buena raja de sandía, veremos que la historia tiene poca chica. Si somos chicos obedientes y seguimos el consejo de la abuela, nunca sabremos la verdad. 

Hay mitos parecidos mucho más sofisticados que estas historias transmitidas de abuelos a nietos. Una de las más comunes es la asociación de todo tipo de efectos perniciosos a los alimentos provenientes de organismos genéticamente modificados. Durante unos años, yo mismo me dejé llevar por la extendida creencia de que todo lo natural es bueno, buenísimo y maravilloso, mientras que lo que es creado artificialmente es necesariamente dañino. Esto me ha puesto en contacto con gente que se dedica a la agricultura orgánica y me ha dado la oportunidad de participar en proyectos de huertos ecológicos, de conocer a gente muy simpática, de aprender algo de agricultura, de pasarlo muy bien y de comer algunos vegetales muy ricos. Pero ya había algo entonces que despertaba sospechas. Cuando digieres cualquier alimento, el ADN de este se destruye o sale por el otro lado. Los genes no penetran en nuestros tejidos infiltrándose en nuestras células para liarla parda. Si estos es así con los genes de toda la vida ¿Por qué un gen modificado debería entrañar peligro alguno? Desde entonces he podido acceder a más información sobre el tema, y  parece que no hay muchas pruebas de que lo alimentos modificados genéticamente presenten ningún tipo de peligro para la salud humana. El consenso científico es casi total en este campo. Sí que se dan algunas amenazas de baja intensidad algo más realistas. Por ejemplo, los nuevos organismos puedan crear substancias alergénicas desconocidas en los alimentos en cuestión o debido al uso de genes procedentes de bacterias, se teme que estos pudieran afectar a la flora intestinal o generar resistencia a antibióticos. Aun así, los estudios clínicos no parece que apoyen riesgos derivados de estas causas y por otro lado hay constantes investigaciones en marcha que aseguran que hasta el más pequeño riesgo derivado de los transgénicos este bajo control. 

Hay que recordar que la mayor parte de los alimentos que comemos, ya han sido alterados genéticamente, a través de siglos de cruce selectivo. En el pasado, agricultores y ganaderos han seleccionado las características más atractivas en cultivos y ganado creando una multitud de variedades que no existían en la naturaleza. De hecho las especias puramente naturales son mucho más peligrosas. Salir por el bosque a comer lo primero que pilles es una actividad que entraña muchísimo más riesgo que comer maíz alterado genéticamente. Infinitamente más. De hecho, haciendo lo primero con la suficiente asiduidad, seguramente palmes. El cruce selectivo ha ido seleccionando variedades de cultivos con más nutrientes y menos substancias tóxicas. Las variedades salvajes de muchos los alimentos más comunes, como patatas, almendras o cerezas eran venenosas. La selección genética las hizo más seguras para el consumo. Aplicar una tecnología aún mucho más puntera y precisa a la larga tenderá a aumentar este efecto, no a devolver la toxicidad a estos cultivos.

Hay reticencias a la hora de oponerse al uso de alimentos modificados genéticamente que pueden tener más sentido, como el impacto medioambiental, pero por lo general lo que preocupa a  la mayoría de los detractores es el impacto en la salud humana. Como ya he comentado los cimientos teóricos para estos miedos son más bien enquencles. La mayoría de estudios sólidos acaban demostrando que los riesgos para la salud son un 0% mayores comparados con cultivos tradicionales. Un informe de la Unión Europea que analiza 130 proyectos de investigación a lo largo de 25 años, no encuentra riesgos para la salud humana, y lo mismo sucede con otros estudios similares realizados en los EEUU. Por su puesto hay estudios aislados que indican lo contario. Pero las meta-análisis serios que cubren un gran número de estudios con una metodología estricta y seria convergen hacia la misma conclusión: no hay riesgos para la salud humana. Es difícil saber el origen  exacto de tanto rechazo, pero posiblemente se deba al entendible argumento de que hasta el momento no nos hemos muerto con nuestros productos de toda la vida, porque arriesgarnos con plantas-Frankenstein. 

Lo malo es que vivimos en un planeta con una población que no para de crecer, mientas que los recursos se hacen más escasos. La realidad es que tenemos poco tiempo que perder con campañas organizadas de desinformación de activistas valientes y bienintencionados pero bastante confundidos, que tienen sus posiciones claras antes de leer cualquier estudio: los transgénicos son el demonio de las grandes corporaciones y la agricultura ecológica la más segura y respetuosa con el medio ambiente. La verdad como de costumbre es mucho más compleja. Algunos intereses de grandes empresas se mezclan en todo este asunto. Pero curiosamente los cultivos transgénicos tienen la capacidad de producir más comida con menos impacto ecológico. Como ejemplo, cualquier método utilizado para arrancar malas hierbas por ejemplo tiene su impacto. Arrancarlas a mano o arar también afecta el suelo. Los herbicidas comerciales que se utilizan con cultivos no modificados genéticamente son más agresivos. Y si bien una agricultura ecológica estricta puede ser lo más ecológico en muchas ocasiones, esta requiere de mano de obra intensiva que dispara los precios. Al final solo las clases pudientes pueden permitirse comer a diario este tipo de productos, por lo que la alternativa acaba siendo agricultura comercial sin transgénicos (con mucho más impacto) o con ellos. 

En lo relacionado con el impacto medioambiental, es cierto que un organismo modificado genéticamente puede escaparse de su granja y desplazar a especies autóctonas. Esto sucedió en su momento con un tipo de salmón transgénico utilizado en piscifactorías. Este era enorme porque estaba alterado para crecer más rápido. De este modo atraía a todas las hembras que lo percibían como un superpez capaz de encontrar comida sin límites. Pero luego sus crías  no podían sobrevivir. Existen más casos, pero de nuevo, si lo comparamos que las catástrofes medioambientales creadas por todo tipo de organismos estrictamente naturales, vemos que natural no equivale a más seguro. Cabras europeas han acabado con la vegetación  autóctona de multitud de islas paradisiacas, todos sabemos el cangrejo americano se comió al español, las ratas polizones de barco han acabado con cientos de especies, y si bajamos al nivel de hierbas, arbustos y árboles invasores podría estar escribiendo durante días. Hace falta investigación y más información, pero también algo de paciencia y comprensión con una tecnología que podría depararnos mucho bien.

Un aspecto de estas nuevas tecnologías que si me hace sentir incómodo es su aplicación en seres sensibles. Una cosa es jugar con el genoma de plantas que ni sienten ni padecen. Otra totalmente distinta enredar en la genética de animales como vacas o cerdos. Si algo sale mal podemos estar provocando horribles sufrimientos en seres capaces de experimentar dolor como nosotros. Soy partidario de tomar todas la medidas necesarias para proteger a cualquier ser sensible del sufrimiento que se pueda derivar de la tecnología genética. Aun así, la cría y selección tradicional de animales no se queda fuera del argumento ético. Considerando como ejemplo a los perros, los individuos de razas con pedigrí presentan a menudo problemas de salud que los perros cruzados no sufren. La selección de rasgos que consideramos útiles o atractivos puede conllevar la pérdida de otros que benefician la salud del animal. Muchas especies de perros grandes tienen problemas de caderas, otros perros tienen problemas de visión, sus dientes se deterioran rápidamente etc. Todo para conservar esa estampa tan mona del animal de raza. Hay que poner la lupa sobre la alteración genética de seres sensibles, pero hay que hacerlo en todas sus formas.

Volviendo a los cultivos, en algunos países como EEUU o Brasil, los transgénicos son una realidad desde hace años. Hace tiempo, el que en EEUU no se etiquetaran los transgénicos me parecía una de las muchas tropelías de las grandes corporaciones americanas. Y tropelías de este tipo las hay, con etiquetados confusos y regulaciones que en ocasiones benefician más el bolsillo del productor que la salud del consumidor. Pero tampoco no volvamos locos. Como nosotros, los EEUU tienen agencias reguladoras que velan por la salud de los estadounidenses y al final por lo general la salud prevalece. En lo que se refiere a transgénicos, llevan décadas comiéndolos en masa, y sin ningún impacto en su salud. Los estadounidenses, cuando no están sanos es porque toman mucho azúcar y grasas, no transgénicos. E incluso lo primero está mejorando ligeramente. 

Por no hablar de arroz dorado. Esta variedad de arroz ha sido modificada genéticamente tener cantidades mayores de beta-carotina. La beta carotina nos ayuda a producir vitamina A lo que para los ciudadanos occidentales no es un gran avance. Pero algunos de los países más pobres del mundo este cultivo está ayudando a sobrevivir a cientos de niños con terribles carencias dietéticas, que sin este aporte de vitamina corren un riego mucho mayor de quedarse ciegos o de desarrollar otras enfermedades relacionadas con la carencia de vitamina A.

En Europa tenemos muchas más restricciones a los transgénicos y estos deben estar etiquetados. Hasta hace poco esto me hacía sentir orgulloso, pero últimamente me está pareciendo un síntoma de hipocondría y una claudicación a sectores de activistas que no han investigado en profundidad los estudios relevantes sobre el tema de sus protestas antes de lanzarse a hierro y fuego en su lucha. 

Esto no solo lo pienso yo. Para los que entendáis inglés debajo dejo un link con un extracto a una entrevista a Mark Lynas, uno de los activistas más importantes a la hora de comenzar el movimiento anti-transgénicos en el Reino Unido. En la entrevista confiesa que el leyó el primer estudio sobre el tema años después de sumarse a campañas muy agresivas, en las que ayudó a destruir cultivos experimentales y a extender todo tipo de mitos e informaciones falsas que a día de hoy aun circulan entre los círculos de activistas. Cambió de opinión durante una campaña para parar el cambio climático. Lynas, utilizaba como argumento el aplastante consenso científico en relación a la realidad del calentamiento global causado por la actividad humana. En ese momento un amigo científico le hizo ver la contradicción de estar contra los organismos modificados, cuando el consenso científico en lo referente a su seguridad para el consenso humano era igual de sólido. Lynas asumió el absurdo de su postura y pasó a defender los transgénicos y decidió pedir perdón a todos los agricultores a los que había perjudicado con sus acciones de protesta. Desgraciadamente no todo el mundo es tan coherente. Hoy en día hay cientos de campañas de desinformación esparciendo todo tipo de información falsa promovidas por los colegas de Lynas que pasan de leer estudios serios. Tampoco hay que olvidar que todo sector económico tiene sus lobbies. En países de habla anglosajona, ya hay un sector comercial dedicado a los productos orgánicos y “naturales” con suficiente poder para hacer sus campañas y tener sus páginas webs. Es cierto que su influencia palidece comparada con mega-empresas del tipo Monsanto, pero también se dan conflictos de interés.

La informació  sobre los estudios que menciono provienen de este video. Es de un canal de medicina que se dedica a ofrecer consejos de salud basados en estudios clínicos relevantes. Añado también el link a la documentación relativa al mismo: 


Este es el video del activista Mark Lynas que menciono al final del post:

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