A lo largo de mi vida he considerado el cáncer como un mal
del mundo industrial, una consecuencia de la contaminación y el contacto
cotidiano con todo tipo de sustancias artificiales que conlleva la modernidad y
su tecnología. De forma relacionada, durante algunos años, creí a pies
juntillas el mito de que lo “natural” es siempre más sano e inocuo e imaginaba el pasado agrícola como un tiempo
en el que si no pasabas hambre, estabas totalmente sano y a salvo. Pero poco a
poco este mito se va desmoronando para mí y parte del derrumbe se debe
descubrir que el cáncer no solo no es un mal del mundo moderno, es una
consecuencia casi inevitable de ser un organismo multicelular.
Cuando hablamos de problemas de salud, tendemos a considerar
la salud como el estado normal de la realidad y la enfermedad la excepción. Es
lo lógico desde nuestro punto de vista y nuestro deseo de estar sanos. Lo
normal para nosotros es que nuestro organismo este plenamente operativo sin
producirnos ningún dolor. Si esto supone que millones de bacterias, virus y
células inoperativas son masacradas por nuestro sistema inmunitario, pues mire
usted qué pena. Pero como sucede a menudo con la biología, cuando observamos un
fenómeno con atención, este se convierte en mucho más fascinante. Si tenemos en
cuenta todas las condiciones que necesitan darse para que nuestro organismo se
mantenga en perfecto estado, lo extraño no es tanto estar enfermo como estar
sano, que es casi un milagro. Pero la vida es capaz de operar maravillas que ni
los ingenieros más audaces soñarían.
Para entender porque existe el cáncer, tenemos que
considerar la complejidad de nuestro organismo. Este está compuesto por
billones de células coordinadas entre sí. Esto plantea un serio problema. Si
pensamos en una célula normal y corriente, el objetivo de esta es sobrevivir y
reproducirse, muy probablemente a costa de otros organismos. Multiplicarse es
la labor intrínseca de una célula. Si tenemos en cuenta que lo que provoca el
cáncer, son células reproduciéndose como cualquier otra, la pregunta se
convierte más que en ¿Por qué algunos
morimos de cáncer? En ¿Cómo es que la mayoría somos capaces de
sobrevivir tantos años sin él? El problema es antiguo, tanto como la propia
vida pluricelular. Los primeros organismos complejos datan de protozoos que se
reproducen asexualmente, dividiéndose en dos. En algunos casos estos no llegan
a dividirse completamente y aparecen en parejas o incluso filamentos de varias
células en línea formando una comunidad. Estas comunidades se adaptan y
consiguen sobrevivir, lo que permite que algunas de ellas den un segundo paso
adelante: la especialización. La primera fase de la especialización separará a
las células entre germinales y somáticas. Las primeras (células germinales) se
encargarán de la reproducción, mientras las segundas (células somáticas) se
dedican a nutrir y proteger a la colonia permitiendo a las células germinales
hacer su trabajo. Este altruismo de las células somáticas sería en principio
imposible si consideramos que todo su sacrificio revierte en el beneficio
reproductivo de las células germinales y no en ellas mismas ¿Por qué tanta
generosidad? La respuesta es que todas estas células comparten el mimo ADN, por
lo que técnicamente, estamos hablando del mismo organismo. Estas células
somáticas con el paso de los tiempos se convertirán en los tejidos de los todos
los seres vivos pluricelulares que conocemos. Esto plantea un reto de
ingeniería biológica de una dificultad casi infinita. Cada organismo debe generarse partiendo de
dos células germinales. Estas se multiplican, especializan, organizan… cada
célula ha de saber a qué parte del organismo pertenece para dar a cada parte la
forma adecuada y en conjunto necesitan multiplicarse hasta que cada órgano
tiene el volumen y forma que requiere su función. Llegado este momento las
células deben dejar de dividirse para no poner en riesgo la viabilidad del
organismo. Pero esta capacidad de división celular ha de mantenerse activa para
el futuro crecimiento del organismo y más allá de la pubertad, para permitir la
reparación de tejidos dañados (vamos a usar el cuerpo humano como referencia).
Teniendo en cuenta la tremenda coordinación requerida entre
todas las células del organismo, no resultaría tan extraño que en ocasiones, un
grupo de estas procedan a multiplicarse de forma caótica sin seguir el plan
fijado por el ADN del organismo en su totalidad. Y de hecho este es el caso.
Constantemente, ciertas células en nuestro organismo, dejan de seguir el plan
preconcebido para ir por su propio camino. Cada una de estas células es un
cáncer potencial y lo que hace que todos y cada uno de nosotros no muramos de
cáncer jóvenes, son una variedad de mecanismos de vigilancia que nuestro
organismo pone en marcha para combatir a estas células rebeldes. Existen
mecanismos en el organismo que buscan y destruyen ADN defectuoso. Otros que
detectan las células cancerígenas e impiden su crecimiento o las hacen
autodestruirse. Y si todos estos mecanismos fallan, el propio sistema
inmunitario lucha contra las células cancerígenas a las que ya no considera
parte del organismo a defender. Cuando un cáncer aflora, significa que un grupo
de células cancerígenas ha conseguido superar todos los mecanismos de control
del cuerpo que no han conseguido evitar que un lógico factor de caos entre
billones de células conviviendo juntas se materialice en un tumor.
Visto desde este ángulo, el cáncer parece tan natural como
la vida misma. Es una consecuencia difícilmente evitable de la forma en que se
generan nuestros cuerpos y dela capacidad de los mismos para regenerarse si sus
tejidos son dañados. Pero para mí, el ver asociados los conceptos cáncer y
natural fue bastante chocante la primera vez que me lo planteé. Por alguna
razón, en las sociedades occidentales hemos tendido a considerar los términos
cáncer y natural como antónimos. Los productos frescos y naturales no producen
cáncer. Vivir en plena naturaleza, no produce cáncer. El cáncer los produce la
civilización con sus químicos, estrés y contaminación. Siguiendo esta cantinela
constante creo que de alguna forma asociamos modernidad e industria a cáncer.
Pero la relación no es tan directa como podría parecer. Por un lado es
comprensible que se establezcan este tipo de asociaciones. Hoy en día sabemos
que existen numerosas sustancias que aumentan el riesgo de sufrir cáncer y las
autoridades sanitarias divulgan esta información para que podamos evitar la
exposición a las mismas. Muchas de estas sustancias son químicos industriales,
gases de la combustión de fábricas y automóviles, etc. Si los las industrias y
los productos químicos fueran las únicas causas de cáncer, mi ingenua previa
idea de que el cáncer prácticamente nace con la industrialización tendría
sentido. Pero el cáncer existe desde que existen organismos complejos. Hay
restos fósiles de tumores de todo tipo, en todo tipo de animales. Y los humanos
no son una excepción. De hecho la palabra “cáncer” tiene su origen en
Hipócrates, padre de la medicina que vivió en la antigua Grecia entre los
siglos V y IV antes de Cristo, e incluso antes hay textos egipcios describiendo
varios tipos de tumores. La medicina moderna entra en contacto con el cáncer en
el siglo XVIII cuando los cirujanos empiezan a extirpar algunos tipos de
tumores sin metástasis. La mayoría de esta gente desarrollaba sus tumores
mientras vivían en lo que hoy consideraríamos un entorno 100% natural, lo que
implica que la división natural-artificial de arbolario y anuncio de yogur
puede no ser tan fiable. La mayor parte de las sustancias sintéticas son
inocuas para el organismo, tanto como las naturales. Y también hay muchas
sustancias naturales que pueden provocar cáncer. Hay que tener en cuenta que
muchas plantas producen toxinas para evitar ser comidas y estas toxinas son a
menudo cancerígenas. Cuando un laboratorio desarrolla un químico nuevo, este es
sometido a exhaustivas pruebas médicas. Pero no es el caso de cientos de
sustancias naturales que hemos ingerido a lo largo de la historia. Algunas como
el ácido cafeico y el d-limoneno que pueden ser carcinogénicos se encuentran en
gran cantidad de frutas. La aflatoxina M1 en la leche también lo es. Un factor
del pasado idílico en el que a menudo no caemos, pero que aumenta mucho el
riesgo de cáncer son las hogueras. Hasta hace muy poco, los humanos han
cocinado su comida en fuegos de leña o carbón abiertos, exponiendo a todos y
cada uno de los miembros de la comunidad a respirar cantidades de humo que
nosotros consideraríamos intolerables.
De hecho la modernidad, más que agudizar la incidencia de
las muertes por cáncer ha hecho que esta decline ligeramente. Por su lado en el
oasis de vida natural anterior a la industrialización, los humanos sufrían de
cáncer tanto como hoy, no tenían los medios para saber que substancias evitar
para reducir el riesgo de tumores y una vez el cáncer hacía su aparición, no
había prácticamente nada que hacer al respecto. Hoy en día es cierto que
tenemos más variedades de químicos tóxicos a nuestro alrededor, pero también todo
tipo de químicos que nos ayudan a combatir el cáncer. La idea de que lo natural
es siempre más sano es demostrablemente una falacia, y el cáncer es un claro
ejemplo. No estamos hablando de un problema causado por rebelarnos contra la
madre tierra. Estamos hablando de una desgracia natural que es el precio de
nuestra capacidad para desarrollar tejidos y repararlos a lo largo de la vida.
Esto lógicamente no quiere decir que estemos condenados a sufrir esta
enfermedad estoicamente. Creo que es probablemente imposible erradicar el
cáncer en su totalidad, pero probablemente podríamos llegar a un estadio de
desarrollo médico donde la gran mayoría de los pacientes afectados puedan recuperarse
sin secuelas. Descartar la idea de que es la civilización moderna con los
pesticidas y la producción industrial de alimentos son lo que provocan el mal
en sí mismo probablemente ayude en este camino. Esto no quiere decir que no
haya momentos en los que un tipo de desarrollo industrial pueda estar
aumentando el riesgo de cáncer en determinadas zonas del globo. Chernobyl y
Fukushima son dos buenos ejemplos de cuando la tecnología se vuelve contra
nosotros. Otro peligro potencial es el fracking, que amenaza las provisiones de
agua de todas aquellas zonas donde tiene lugar con fluidos que pueden tener todo
tipo de consecuencias indeseadas para la salud. Pero otros chivos expiatorios
de los amantes de lo “natural” son totalmente inocentes. Los organismos
genéticamente modificados por ejemplo, demuestran estudio tras estudio que no
entrañan riesgo alguno para la salud. De la misma forma que los cultivos
orgánicos no presentan ventajas para la salud si se los compara con los
cultivos más industriales. Esto no quiere decir que los primeros no sean más
respetuosos con el suelo y el ecosistema, pero esto no es exactamente el mismo
tema.
Así que si a alguien más le rondaba la cabeza esa especie de
rechazo constante a la modernidad y nuestra forma de vivir occidental, en lo
que se refiere al peligro para la salud, especialmente en lo que atañe al
cáncer, creo que podemos respirar tranquilos. Si hablamos de cómo nuestra forma
de vivir afecta al ecosistema y de cómo esto nos puede acabar matando tanto o
más que el cáncer, siento no tener nada tan tranquilizador que decir…
El artículo está
documentado en el libro “Why We Get Sick” de Randolph M. Nesse y Goerge C.
Williams y en las siguientes páginas web:
Imagen:
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