Empiezo este post con un comentario que un día, un compañero de piso que era uno de estas
personas que tienen una destreza atlética que se sale de lo normal, hizo
mientras nos tomábamos una cerveza “A veces”- decía este hombrecillo, “ves a una chica despampanante con un
pringadete y piensas ¡¿Qué hará con él?! Está claro que es un tio majísimo y
por eso está con ella. Pero en la naturaleza un tío así no sobreviviría”. Mi
amigo tenía claro lo que quería decir, y es una idea que nos ronda a todos la
cabeza
. La Teoría de Darwin de los documentales de la dos. Solo los más fuertes sobreviven. Es algo en lo que de alguna forma todos creemos. El argumento que por un lado está basado en una verdad como un templo, al mismo tiempo se enfoca de una forma confusa a la vez que dañina. Además, desde hace años también se han unido a este engorroso concepto, innumerables documentales que nos explican cómo características como fuerza y destreza física, carisma y capacidad de liderazgo hacen a los hombres más atractivos (el equivalente femenino sería la fertilidad, pero en este artículo me voy a quedar solo con el lado masculino). La clave en este sentido, parece estar en todas aquellas cualidades que permiten la dominación y el poder de machacar a los demás cuando es preciso, unida a una cierta tendencia a buscar el riesgo y a ser lanzado y decidido para conseguir oportunidades de éxito. No es ningún misterio. Es el caso de los elefantes marinos. Uno más grande que el resto, machaca a los demás y se queda con todas las chicas, y el resto no sacan nada en claro si no se arriesgan a que este les haga papilla. Lo que me resulta sospechoso es que a veces pareciera que algunos de estos roles pueden estar un tanto contaminados por los temerarios y despreocupados guapos de Hollywood o por los insaciables multimillonarios del mundo de las finanzas. En nuestra cultura popular, solo el más fuerte sobrevive ¿Pero que es fuerte? ¿Ser el más cachas? ¿Ser el más listo que estafa a los demás vendiéndoles preferentes? La realidad es que a la evolución le importa poco lo fuerte o lo listo que seas. Por lo general serlo ayuda y ser grande y fuerte es una estrategia evolutiva en muchos mamíferos. Pero para la evolución al final lo único que cuenta es dejar progenie, ni siquiera la supervivencia en sí. Puedes ser el más fornido y astuto de tu pueblo. Si resultas nos ser resistente a la próxima pandemia y mueres joven, estás fuera y a lo mejor tu vecino el gordito si deja sus genes vagando por el mundo.
. La Teoría de Darwin de los documentales de la dos. Solo los más fuertes sobreviven. Es algo en lo que de alguna forma todos creemos. El argumento que por un lado está basado en una verdad como un templo, al mismo tiempo se enfoca de una forma confusa a la vez que dañina. Además, desde hace años también se han unido a este engorroso concepto, innumerables documentales que nos explican cómo características como fuerza y destreza física, carisma y capacidad de liderazgo hacen a los hombres más atractivos (el equivalente femenino sería la fertilidad, pero en este artículo me voy a quedar solo con el lado masculino). La clave en este sentido, parece estar en todas aquellas cualidades que permiten la dominación y el poder de machacar a los demás cuando es preciso, unida a una cierta tendencia a buscar el riesgo y a ser lanzado y decidido para conseguir oportunidades de éxito. No es ningún misterio. Es el caso de los elefantes marinos. Uno más grande que el resto, machaca a los demás y se queda con todas las chicas, y el resto no sacan nada en claro si no se arriesgan a que este les haga papilla. Lo que me resulta sospechoso es que a veces pareciera que algunos de estos roles pueden estar un tanto contaminados por los temerarios y despreocupados guapos de Hollywood o por los insaciables multimillonarios del mundo de las finanzas. En nuestra cultura popular, solo el más fuerte sobrevive ¿Pero que es fuerte? ¿Ser el más cachas? ¿Ser el más listo que estafa a los demás vendiéndoles preferentes? La realidad es que a la evolución le importa poco lo fuerte o lo listo que seas. Por lo general serlo ayuda y ser grande y fuerte es una estrategia evolutiva en muchos mamíferos. Pero para la evolución al final lo único que cuenta es dejar progenie, ni siquiera la supervivencia en sí. Puedes ser el más fornido y astuto de tu pueblo. Si resultas nos ser resistente a la próxima pandemia y mueres joven, estás fuera y a lo mejor tu vecino el gordito si deja sus genes vagando por el mundo.
Claramente los machos alfa, los playboys de playa, los
sujetos brutales y crueles o los
egocéntricos varios han tenido su lugar entre nuestros ancestros. No cuesta
imaginar como muchas de sus cualidades les han podido ayudar a sobrevivir en un
entorno tan hostil. Pero el hecho hoy en día también existan personas sensibles
y amables, con más talento para entender a los demás y colaborar con ellos que
para someterles, es una prueba de que sus ancestros también han sobrevivido y de que genes que posibilitan este tipo de
cualidades son tan comunes como los otros. Los genes que favoreces conductas
altruistas y de colaboración son especialmente importantes en los animales
sociales. Cualquier familiar tuyo lleva gran parte de tus genes y estos se
perpetúan también si les ayudas a ellos y sus hijos. Y junto a ellos, muchas otras características
que no se suelen asociar con el héroe que sobrevive en la jungla: neurotismo,
fobias, carácter asustadizo, timidez. Al final ser majete y sensible paga,
también en biología. No hay porque avergonzarse de ser tímido, asustadizo y poco arriesgado, o por no ser un
portento atlético o por no ser capaz de aprovecharse de los demás por mucho que
esto sea prácticamente una tradición en nuestro mundo. No hay porque dar por
sentado que está forma de ser te haga menos deseable. A la mierda con la idea
del chico malo y atractivo. Si viviéramos en un entorno verdaderamente hostil a
lo mejor más mujeres se pensaban si irse con el guapetón que luego te deja
colgada a la que menos te lo esperas.
No estoy intentando dar la vuelta a la tortilla en favor de
los que tenemos otro carácter. Pero al menos si quiero dejar caer un par de
argumentos para contrastar la tan manoseada teoría de la evolución popular en
la que los banqueros y los deportistas de élite serían los únicos dignos
herederos de nuestros ancestros que evolucionaron en la sabana. Por ello voy a usar un par ejemplos de un
libro de Jared Diamond, uno de los autores que más admiro, que inspiraron este
post. Estos describen precisamente
aspectos de la forma de vida de sociedades que hasta hace nada han vivido en
ese mundo de lucha feroz por la supervivencia y prueban que en este, los
humanos no eran necesariamente machotes bravucones e insensibles, ni encajarías demasiado en el estereotipo de "macho alfa" actual. Si bien los casos son anecdóticos y están sacados de un solo
libro “El mundo hasta ayer”, tengo la intuición de que se pueden generalizar
hasta cierto punto.
A lo largo de más de 40 años, Diamond pasó la mayor parte de
sus vacaciones en Nueva Guinea debido a su pasión por la ornitología. Para
ayudarle en sus expediciones, Diamond contrataba a gente de la zona que hacían
de guías para él y sin los que no hubiera sobrevivido mucho tiempo en los bosques guineanos. Con los
años Diamond se hizo amigo de muchos de ellos convirtiéndose en una especie de
experto en antropología guineana. Con 75 años Diamond escribe un Libro
describiendo algunas de sus experiencias
en Nueva Guinea y reflexionando sobre lo que ha aprendido de aquellos que viven
vidas más tradicionales.
Una actitud que en
occidente relacionamos inmediatamente con supervivencia es la competitividad. La
evolución se enfoca como una competición deportiva. Los que ganan sobreviven, se llevan a la chica (o el
chico) y se perpetúan. El resto se
quedan tirados en la cuneta. Es curioso, porque creo que nuestro gran éxito
como especie está más basado en la capacidad de cooperar que en la de competir.
Una vez que hay una base sólida de sujetos cooperando, ya hay un caldo de
cultivos para buitres que compitan por quedarse con el esfuerzo del sudor de
los demás. Pero si todos nos uniéramos en la competición de apuñalarnos la
espalda con todos los sociópatas, egoístas y egocéntricos, acabaríamos mal nosotros y después caerían
ellos cuando no hubiera de quien aprovecharse. El caso es que parece que para
los niños de las sociedades de cazadores-recolectores nuestros juegos
competitivos son prácticamente desconocidos. Muy al contrario, los juegos se
centran en aprender a compartir y a dejar los hábitos egoístas de la infancia atrás.
En su libro Diamond menciona un juego
practicado entre los niños de los Kuaulong de Nueva Bretaña en Nueva Guinea,
descrito por la famosa antropóloga Jane Goodaleque ilustra el concepto a la
perfección. Cada niño empieza el juego con un plátano, corta este en dos, se
come una mitad y le ofrece otra a otro niño. Después esta mitad se divide de
nuevo en dos y el proceso se repite hasta que el trozo de plátano es demasiado
pequeño para dividirlo. De hecho parece que los niños que se mueven de una
sociedad de este tipo a una moderna tienden a encontrar difícil la excesiva competitividad
y arrogancia de los occidentales. En su libro Diamond añade comentarios
distintos jóvenes occidentales que crecieron en contacto con sociedades de tipo
paleolítico jugando con sus niños. Muchos reflejan el excesivo individualismo,
la excesiva preocupación por lo material y las actitudes arrogantes y agresivas
de europeos y americanos. Una de ellas que me llamo especialmente la atención “Los
chicos americanos son gallitos, hablan gallito y pegan a otros niños. Los
chicos buenos no lo llevan muy bien en los EEUU”.
Otro comportamiento de los que Diamond menciona en su libro
que me chocó por su familiaridad, es lo que él denomina como paranoia
constructiva. Me suena porque en mi experiencia como aficionado a la montaña ha
llegado un momento en que las actitudes del tipo “relájate, estamos aquí en la
naturaleza, disfrútalo” me ponen los pelos de punta. Ya me he visto en más de
una ocasión perdido en medio de un chaparrón en alta montaña y con la noche a
punto de caer gracias a esta apreciación de lo bella que es la vida. Que nadie
me malinterprete. Soy plenamente partidario de disfrutar la naturaleza a tope,
pero con un cierto sentido común y sin arriesgarse más allá de lo necesario.
Con experiencia, preparación física, una buen planificación y yendo bien
equipado uno puede meterse en aventuras de todo tipo. Pero si uno de estos
aspectos falta, mejor no te metas en líos. La meteorología en la montaña es
traicionera y el día más bello y soleado se puede convertir en un infierno
tormentoso en minutos. Hoy en día estoy orgulloso de mi actitud prudente y
conservadora en lo que se refiere a las actividades de montaña, pero en el
pasado me he sentido avergonzado de ella a menudo. Lo interpretaba como un tipo
de cobardía. Yo siempre hubiera pensado que mi actitud cauta y precavida se
daba a mi falta de familiaridad con las montañas, habiendo crecido en la
ciudad. El caso es que en su libro
Diamond habla de las numerosas ocasiones en que se vio sorprendido por la
excesiva cautela de sus amigos indígenas en las selvas de Nueva Guinea, que
pasan su vida entera entre montañas.
Para su sorpresa, a menudo, sus amigos guineanos se
mostraban extremadamente reticentes a correr incluso los riesgos más pequeños
innecesariamente y constantemente le llamaban la atención a Diamond por
pequeñeces aparentemente inofensivas, al estilo madre preocupada. De sus
ejemplos voy a retomar uno en el que el autor y varios de sus colaboradores
ascienden cerca de la cima de una montaña con el equipo de observación para
tratar de descubrir algo interesante acerca de los pájaros de la zona. Cuando
llega la tarde y es momento de acampar, Diamond descubre un claro de lo más
idílico, amplio y totalmente nivelado. Para su disgusto, sus colaboradores
guineanos se niegan en redondo a acampar en esa zona y acaban durmiendo en una
pendiente rodeados de árboles, algo mucho menos apetecible. La razón de la
negativa era la existencia de un árbol muerto al lado del claro. A ojos de
Diamond el árbol parecía totalmente sólido y estable, lo que hacía improbable
que fuera a caer exactamente esa noche. Insistió y pidió repetidamente que se
olvidaran del árbol muerto que con toda claridad no caería esa noche, pero sin
ningún éxito. Durante años, Diamond encontró esta cautela excesiva y exagerada,
hasta que la exposición a pequeños peligros a los largo de los años le hizo más
cauteloso. A lo largo de sus excursiones en la selva guineana, se dio cuenta de
que no era nada extraño oír la caída de un árbol a lo lejos. Todos los días un
árbol muerto caía en alguna parte. Un día cogió papel y lápiz y se puso a
calcular las posibilidades de morir aplastado por un árbol basándose en la
frecuencia de tales caídas. La posibilidad de morir en una noche determinada es
minúscula. Pero sus amigos guineanos dormían al raso unas 150 noches al año, lo
que incrementa la probabilidad de accidente enormemente, hasta el punto de que
a lo largo de una vida humana de unos 50 o 60 años, morir aplastado por un
árbol muerto se convertía en altamente probable, si no casi seguro. Por tanto,
parece sabio controlar todos aquellos riesgos que están bajo tu control. Porqué
correr un pequeño riesgo cuando puedes correr un riesgo cero.
No todas las paranoias que asustan a los guineanos son tan
razonables como estas. Algunos son tabús
basados en supesticiones sin una base real, pero su la actitud de
prudencia extrema está ahí y es generalizada es por una razón. Parece que los
caguetas hemos evolucionado sobreviviendo en ámbitos hostiles tanto como los
machotes de nervios de acero. Diamond afirma que la actitud de hacerse el
machote ante el peligro que tan a menudo vemos aquí entre nosotros, es algo que
nunca ha encontrado entre sus viajes a Nueva Guinea. Marjorie Shostak, antropóloga experta en los ¡Kung del desierto de
Kalahari, también menciona como los ¡kung son valientes cuando no les queda más
remedio, pero nunca buscan el riesgo para probar su valor ante los demás, ni se
considera cobarde a afeminado evitar un peligro.
Como decía antes
estos dos ejemplos no representan un estudio detallado ni mucho menos. Aun así
me sirven como argumentos para derribar la confusa idea de esta bilogía
folclórica en la que solo los tipos insensibles, competitivos y agresivos
sobrevivirían en un hipotético “mundo real” sin tecnología y organizaciones
sociales que cuiden de ti. La gente colaborativa y amable somos mayoría y es
por algo. A través de la educación todos tenemos una cierta capacidad de
modelarnos en uno u otro sentido y por ello creo que es una buena idea no
dejarse llevar por interpretaciones de la biología que refuerzan clichés sociales
sin ajustarse necesariamente a los hechos . Si añadimos a esto el constante
goteo de pseudociencia que intenta convencernos de que solo los cuerpos
diseñados para sobrevivir en la sábana son atractivos, razón de más para la
reflexión. Está claro que algo hay de eso, pero completamente enredado con
concepciones culturales. Nuestro cerebro inconscientemente busca signos de salud
y una buena condición física (para perseguir mamuts) y estos coinciden en
general con los guapos y guapas de revista. Pero es posible educarlo para
aprenda a valorar cualidades más positivas en la sociedad del siglo XIX que
tener un 10. Aprender a encontrar a gente que nos haga feliz y que nos respete.
Nuestros cerebros también han evolucionado para volverse locos con las comidas
dulces y grasientas por los beneficios que nos traían a la hora de sobrevivir
en la sabana. Pero hoy en día intentamos comerlos en su justa medida. Los sex
symbols están bien, pero quizás haya que aprender a apreciarlos, al menos por
esa cualidad, también en su justa medida.
La inspiración de este post y la mayor parte de la información relevante utilizada provienen del libro "El mundo hasta ayer" de Jared Diamond.
Imagen:
http://www.sharewallpapers.org/People/African+People/A+man+with+his+grandson+in+East+New+Britain_+Papua+New+Guinea.jpg.html
La inspiración de este post y la mayor parte de la información relevante utilizada provienen del libro "El mundo hasta ayer" de Jared Diamond.
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http://www.sharewallpapers.org/People/African+People/A+man+with+his+grandson+in+East+New+Britain_+Papua+New+Guinea.jpg.html
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