El antropoceno y la 6º extinción masiva: como el hombre cambia la tierra




Todos somos conscientes de que el éxito del hombre para modificar el medioambiente tiene un gran impacto en el planeta, pero este llega a límites que pocos imaginamos. Nuestra influencia es tan enorme que los científicos encargados de clasificar las etapas geológicas del planeta se están planteando muy seriamente introducir una nueva época, la del antopoceno. Los cambios climáticos debidos a los cambios de la composición de la atmósfera y el impacto en la superficie terrestre en general son tan grandes que es difícil considerar que nos mantenemos dentro de la época actual el holoceno. Asociado a este cambio se da una extinción masiva de especies que podría colocarse entre los seis episodios de extinciones masivas más violentos de la historia de la vida en el planeta.

La época geológica en la que nos encontramos actualmente es el holoceno, dentro del periodo cuaternario. El holoceno comenzó hace aproximadamente unos  12.000 años, tras una etapa más fría conocida como Dryas Reciente. Como consecuencia del calentamiento global en aquel momento, el nivel de los océanos subió convirtiendo en islas zonas que antes estaban conectadas con las masas continentales. En Europa, las Islas Británicas se separaron del continente. En Asía lo mismo le sucedió a Japón, Taiwán o Indonesia. Antes de este momento Alaska y Siberia estaban conectadas antes de formarse el Estrecho de Bering.

Esta es la época en la que aparece la agricultura y poco a poco, los imperios basados en la economía agraria van creciendo y conquistando más y más tierra, hasta que la industrialización cambia los sistemas de producción. Si nos ceñimos a considerar historia estrictamente la de los pueblos que desarrollan escritura, la historia al completo ha tenido lugar durante esta época geológica. Los sumerios y los acadios, los antiguos egipcios, la antigua China e India, todas las civilizaciones que podamos nombrar son civilizaciones holocenas.

La versión más natural del homo sapiens, el cazado recolector, tenía un impacto modesto en el medio ambiente, aunque como veremos más tarde también fue responsable de alguna catástrofe ecológica. Pero es el agricultor neolítico el que empieza a dejar una huella más notable, alterando visiblemente el paisaje allá donde se asienta. En los inicios los números de estos grupos de agricultores y ganaderos eran lo suficientemente bajos para que este impacto fuera una gota de agua en un océano de ecosistemas vírgenes. Pero poco a poco los números se fueron multiplicando y cada vez más superficie terrestre era antropizada (transformada por el hombre).

Para cuando en el siglo XIX los grandes geólogos del momento empezaron a nombrar las etapas geológicas de nuestro planeta, incluso el Holoceno, corto comparado con los periodos o las eras geológicas de millones de años, debía parecer cuasi eterno e inmutable. Pero en ese mismo siglo, los grandes avances científicos que permitieron nuevos descubrimientos en geología iban a aumentar la capacidad del hombre de modificar su entorno exponencialmente. Si la agricultura modificaba el medioambiente mucho más que la caza y la recolección, la industria hace palidecer a la agricultura en este aspecto. Doscientos años después de la primera revolución industrial encontramos un planeta lleno de carreteras y vías de tren, ciudades, aeropuertos… Los mares están siendo vaciados de peces, y cables de fibra óptica corren por el fondo marino, aviones y satélites dominan el cielo y de los bosques primigenios que cubrían la tierra solo queda un resquicio.

Pero el aspecto que se lleva la palma en lo que se refiere a modificar el ecosistema, es nuestra capacidad para alterar el equilibrio de gases de la atmósfera. Desde el inicio de la revolución industrial hemos estado quemando ingentes cantidades de combustible liberando todo tipo de substancias en la atmósfera. Como todos sabemos el rey de estos combustibles es el petróleo. Una substancia que ha estado millones de años enterrada en el subsuelo y que nosotros hemos sacado de allí para quemarlo y continuar moviendo la rueda de la industria. Hoy sabemos que el gas que más está cambiando nuestro mundo es el CO2. Este gas es capaz de retener la radiación del sol en la superficie terrestre aumentando la temperatura media del planeta.

Consciente de estos cambios el químico Paul Crutzen, ganador del premio nobel ha propuesto que la época geológica actual debería llamarse el antropoceno. La idea principal es que del mismo modo que los geólogos nombran los distintos estratos de la corteza terrestre y atendiendo a los cambios físicos y químicos de cada capa y a los fósiles que se encuentran en las mismas, dentro de cientos de miles de años, los geólogos podrán encontrar cambios significativos de nuestra era actual que la distinguirían claramente del holoceno, sobre todo la distribución de gases en la atmósfera.
Pero el hombre no solo está alterando la geología del planeta. La vida en la tierra también está cambiando, o mejor dicho se está diezmando. No es la primera vez que esto sucede. A lo largo de la vida en el planeta ha habido cinco grandes episodios de extinciones masivas. La mayor, la del Pérmico-Triásico, hace 250 millones de años, acabó con un 96% de las especies que entonces pululaban por la tierra. Se cree que fue debida a fenómenos volcánicos extremos, puede que ayudados por un meteorito. La más célebre de las extinciones, la del cretácico-terciario,  es la que barrió a los dinosaurios de la superficie de la tierra hace 65 millones de años.

Lo que no nos resulta tan familiar es que estamos inmersos en un periodo de extinciones masivas que se puede considerar al nivel de estas 5 grandes catástrofes. Las especies por lo general evolucionan muy lentamente. El resto de los animales no pueden inventarse nuevos trucos para adaptarse a realidades cambiantes. Es la selección natural quien lo hace por ellos. Pero la selección natural lleva tiempo, y si las condiciones cambian más deprisa de lo que puede hacerlo una especie en particular, está desaparece.

Los humanos hemos empezado a acabar con especies mucho antes de lo que nos imaginamos. Hace 10.000 años, por el mundo se paseaban varias especies de mamífero y aves de dimensiones impresionantes. A nivel genérico se les da el nombre de megafauna. A todos no suenas los mamuts, elefantes peludos adaptados al frío y los tigres de dientes de sable. Pero había muchos otros. Para mí, el más impresionante sin duda es el perezoso gigante. A lo largo de todo el continente americano se paseaban perezosos de suelo que podían llegar a medir 6 metros y pesar varias toneladas. También había leones marsupiales en Australia, y aves enormes tipo avestruz en islas como Nueva Zelanda.
Hoy en día la práctica totalidad de estas especies está extinguida excepto en África. Si un detective se pusiera a investigar el crimen del asesinato de la megafauna, pronto encontraría una prueba que apunta hacía un sospechoso claro. Una vez datadas las fechas de los últimos fósiles de cada una de las especies, estas tienden a coincidir con las dataciones de artefactos y armas humanas. Allá donde llegaba un grupo de homo sapiens, la megafauna desaparecía unos siglos o pocos milenios después. Excepto en África ¿Por qué? La respuesta es sencilla. La fauna africana evolucionó en su momento al mismo tiempo que el homo sapiens y otros tipos de primates parecidos, y los animales aprendieron a temer a este mono con lanza. Los animales que no desarrollaban miedo a los humanos perecían y generación tras generación esta precaución va pasando de padres a hijos. En ese tiempo el hombre era un cazador capaz, pero sus habilidades no estaban completamente desarrolladas. Era un animal más de la sabana. Pero hace aproximadamente 70.000 años algo cambio en el cerebro de los humanos. Estos adquirieron la capacidad de hacer herramientas cada vez más sofisticadas y de desarrollar estrategias más complejas. Se cree que nuestra capacidad lingüística actual se generó en este momento y fue lo que nos permitió transmitir entre individuos todo tipo de conocimientos acelerando el progreso tecnológico y social exponencialmente.

Este nuevo homo-sapiens tuneado cerebralmente sale de África y se adapta rápidamente a todas las condiciones climáticas que encuentra gracias a su inteligencia y habilidades lingüísticas. Desgraciadamente los animales en otras zonas del globo no conocían a este extraño primate. Imagino que la reacción de un perezoso de 5 toneladas que ve acercarse e un mono sin pelo a dos patas, era girar la cabeza y seguir comiendo ¿Qué daño le podría hacer? Este no temer a los humanos es probablemente lo que acabo con la megafauna. Y no es que los cazadores humanos arrasaran sin piedad con las poblaciones de grandes animales. Lo que sucede es que las especies de gran tamaño suelen tener periodos de gestación largos y pocas crías. Por lo tanto, simplemente matando algunos individuos de vez en cuando, la tasa de mortalidad puede superar a la de natalidad y una vez esto sucede la especie está condenada a la extinción.

Antes de llegar al presente me gustaría también mencionar una extinción más reciente especialmente triste, la del alca gigante, también conocido como pingüino. La palabra pingüino originariamente se usaba para nombrar este ave marina no voladora que se habitaba las áreas frías del norte de Europa y América, por lo que cuando los marineros europeos empezaron a ver aves parecidas en el otro extremo del globo les dieron el mismo nombre. Su parecido con los pingüinos de la Antártida no es casual, es un caso de evolución convergente. Es decir, dos especies no relacionadas entre sí comienzan a adaptarse a condiciones ambientales muy similares. Poco a poco estas especies en principio no emparentadas comienzan a parecerse más y más ya que utilizan las mismas estrategias adaptativas. Si hace tres siglos hubiéramos viajado al norte de Inglaterra, a Escandinavia o al norte de Nueva York, habríamos encontrado cientos de estas graciosas aves por todas partes. 
Lamentablemente, los alcas gigantes también eran confiados, y su incapacidad para volar les convertía en presas fáciles para marineros despiadados. Esta vez sí existen historias de avaricia de europeos matando cientos de alcas de una sola atacada. Llegado el siglo XVIII la población de alcas era ya muy reducida. En 1844, la última pareja de alcas cayó presa de unos cazadores que buscaban vender los últimos ejemplares a un coleccionista.

Pero la extinción de la megafauna es una pequeña gamberrada en comparación con lo que está sucediendo en nuestro propio tiempo. En el último siglo los humanos hemos llenado el mundo de carreteras que cortan los territorios de especies que necesitan pasar a través de ellos para sobrevivir. Los campos de siembra han acabado con las zonas de anidación de cientos de aves que anidan en el suelo. Los químicos que vertimos a la atmósfera y los cursos de agua están acabando con cientos de especies de peces e insectos. Peor aún. Los humanos hemos introducido a especies ajenas a cientos de ecosistemas que se han convertido en auténticas némesis arrasando todo a su paso. Solo las ratas han acabado con cientos de especies ellas solitas. Hoy en día hay grupos enteros que están en peligro. En los últimos años los anfibios, como las ranas, en zonas a lo largo de todo el globo están desapareciendo. Los biólogos que estudian los murciélagos en Norteamérica tienen que andar sobre alfombras de pequeños cadáveres para contar cuantos quedan vivos, ya que un hongo proveniente de otro continente está acabando con ellos.

El fenómeno es en gran medida irreversible. Solo las especies que sean capaces de vivir en un entorno antropizado van a poder sobrevivir. La gran sexta extinción de la vida en la tierra está sucediendo delante de nuestras propias narices. Pero quizás aún tenemos tiempo de salvar una parte para mantener un mundo más rico en biodiversidad.

Este es un motivo más para considerar seriamente que nos encontramos en una nueva etapa geológica. Actualmente Jan Zalasiewicz un geólogo de la Universidad de Leicester, está liderando un grupo de trabajo que estudia la posibilidad de hacer este cambio oficial.  En el 2016, esta la propuesta se votará oficialmente en la Comisión Internacional de Estratigrafía y para entonces puede que todos estemos viviendo oficialmente en una nueva época geológica.


Este artículo está inspirado y documentado en el libro: “La sexta extinción: Una historia nada natural” de Elisabeth Kolbert.
También ha sido de ayuda el capítulo 1, “La revolución cognitiva” del Libro: “De animales a dioses (Sapiens): Una breve historia de la humanidad” de Yuval Hariri.
Además de alguna consulta a la Wikipedia para aclaración rápida de conceptos.

Imagen:


No hay comentarios :

Publicar un comentario