A todos no gusta fiarnos de nuestra intuición ¿Pero se te ha
ocurrido que esta puede no ser demasiado fiable en ciertos ámbitos? Desde los
años 50 el campo de la psicología que se dedica al estudio de la toma de
decisiones ha sido uno de los más productivos. En estas décadas se ha
demostrado que la mente humana es fácilmente influenciable por pequeños
detalles hasta un punto que resulta casi escandaloso. También hemos aprendido
que nuestra mente presenta una variedad de limitaciones a la hora de resolver
cierto tipo de problemas, entre ellos hacer predicciones realistas usando datos
estadísticos relevantes.
Para mostrar lo que intento decir voy a utilizar una
anécdota personal. Mi padre es un señor sencillo que reacciona visceralmente
ante las noticias. Cuando en el telediario se informa de un crimen moralmente
reprobable, mi padre, para darnos un ejemplo de civismo y ética suele proponer
medidas tan avanzadas como el tiro en la cabeza, que cuelguen a los presuntos
autores o que les muelan a palos. Esto como mínimo, ya que en momentos de inspiración
las proposiciones pueden ser bastante más dantescas. Históricamente, su actitud
ante los atentados de ETA ha tendido a ser la misma, excepto por una vez en que
mostró una reacción un tanto distinta. En esta ocasión, mi padre decía sentir
miedo por su vida debido a la amenaza terrorista. Por un lado, es entendible su
repudia moral ante este tipo de crímenes. Al margen de su arcaica concepción de
lo penal, se entiende que alguien que respeta las leyes considere abominables
estos actos. Pero dejando a un lado la condena moral, en aquel momento mientras
mi padre se lamentaba de la injusticia de tener que vivir atemorizado por el
terrorismo, yo me preguntaba hasta qué punto era lógico que alguien que
trabajaba por aquel entonces en la construcción, el oficio con la mayor tasa de
accidentes por aquel entonces, tuviera más miedo de la explosión de una bomba
de ETA que de su propio trabajo. De hecho, mi padre y mi hermano, también
albañil, se pasaron años quejándose de cada nueva legislación sobre riesgo
laboral: el casco daba calor, las botas de seguridad eran incómodas, y de
poderse, evitaban hacer uso de estas medidas de protección.
En aquel momento tuve la intuición de que el miedo de mi
padre era desproporcionado en aquel caso. Sus posibilidades de morir en un
atentado parecían escasas y más aún comparadas con el riesgo de accidente
laboral. La reflexión no tenía mayor importancia, pero leyendo el libro “Pensar
rápido, pensar despacio” de Daniel que trata sobre nuestra forma de percibir el
mundo y de tomar decisiones entre otros temas, sentí el impulso de escribir
sobre nuestra incapacidad patológica como humanos de valorar posibles riesgos u
oportunidades de forma estadísticamente razonable. Y esta anécdota vino a mi
mente como un ejemplo para romper el hielo y servir de ilustración para el
principio que voy a tratar de exponer brevemente en este post. Por lo tanto
¿Cómo de razonable era el temor de mi padre a ser asesinado por ETA comparado
con la posibilidad de morir en el andamio? A modo de aproximación he realizado
una búsqueda superficial en Google de algunos datos relevantes. En particular
he utilizado las estadísticas del año 2000 que se acerca a la fecha en la que
creo que se dio el comentario. Este coincide con un año especialmente cruel a
nivel de asesinatos por parte de la banda terrorista por lo que el contraste en
realidad, sería más extremo de lo que
las cifras de las que uso indicarán.
En el año 2000 la población española era de 40 millones de
personas. 23 murieron asesinadas por ETA, por lo que la probabilidad de mi
padre de morir asesinado ese año eran de 0´00006% (1 persona por cada 2.000.000
aprox.). No he encontrado cifras del número de trabajadores de la construcción
en el año 2000 en mi breve búsqueda. Pero siendo generoso he utilizado la cifra
de 2008 de 2.000.000 que va a empequeñecer sustancialmente el porcentaje de
probabilidad. Contando con los 388 accidentes mortales en el sector de la
construcción en el año 2000, el porcentaje resultante sería de 0.02 (¡bastante
alto! 1 persona por cada 5.000 aprox.). Dividiendo el uno por el otro
encontramos que mi padre se enfrentaba a un riesgo a morir unas 333 veces mayor
debido a su trabajo que al terrorismo.
¿Qué es lo que motivaba a mi padre en aquel momento a estar desestimar
el riesgo enormemente mayor que implicaba su trabajo? La respuesta está en las
propias noticias. Estudios en psicología a lo largo de los últimos 60 años,
demuestran que nuestra mente da una importancia inusitada a informaciones
anecdóticas a la hora de formarnos un juicio. En su momento, los atentados de
ETA tenían una gran presencia mediática, mientras que de los accidentes
laborales apenas se hablaba. Cuando llega el momento de valorar un nivel de
riesgo real, lo lógico sería considerar distintas fuentes y datos, y sobre todo
porcentajes de base como el número de muertes en un grupo determinado. Pero en
vez de eso nuestro cerebro busca un recuerdo al que agarrarse y por ello
asignara una probabilidad mayor a la imagen mental que antes llegue a la
conciencia. Esta por lo general se caracterizará por ser más reciente,
espectacular, llamativa…
Otro ejemplo ilustrativo es el del miedo a volar. Los
accidentes de avión son especialmente espectaculares y aparatosos y cuando suceden, el número de muertes es dramáticamente
alto. Como ya he expuesto, un recuerdo espectacular es recuperado más
fácilmente por la memoria, dando la impresión de que la probabilidad de que el
suceso se repita es alta. Miles de personas tienen miedo a volar y este miedo
se dispara cuando la noticia de un accidente importante aparece en los medios.
Pero el riesgo de volar en avión es tan bajo como terroríficos los accidentes
que se producen. Si solo contamos vuelos internacionales más aún, dado que la
mayor parte de los accidentes se producen en vuelos domésticos. Por ello la
probabilidad de morir se cuenta por uno entre varios millones. Un porcentaje
muy, muy bajo. A veces pienso que es probable que pasarte el día de vuelo en
vuelo pueda ser más seguro que no salir nunca de tu barrio, ya que los
accidentes domésticos son mucho más comunes.
Esta tendencia a descartar alegremente datos relevantes y
tomar nuestras decisiones en base a emociones viscerales no se queda en el
ámbito del riesgo, sino que aparece en todos los campos de toma de
decisiones. Algunos de los experimentos
más famosos de Kahneman así lo demuestran. Vamos a presentar a Tom y Linda,
protagonistas de dos de los experimentos de Kanehman:
Tom es tímido y
retraído, trabajador pero poco interesado en relacionarse con los demás. Para
él es muy importante tener todo a su alrededor en orden. Le encanta leer y
escuchar música clásica.
¿Tom es bibliotecario
o camarero?
Linda tiene 31 años.
Es soltera, extrovertida y muy inteligente. Estudió filosofía en la
universidad. Durante su periodo como estudiante mostró un gran interés por
distintas causas sociales y estuvo envuelta en distintos movimientos y
protestas luchando por la justicia social.
Ordena las siguientes
proposiciones por orden de “probabilidad” de acuerdo con la descripción de
Linda.
Linda es profesora de
primaria.
Linda trabaja en una
librería y va a clases de yoga.
Linda está activa en
el movimiento feminista.
Linda es administrativa
en una empresa.
Linda es comercial de
seguros.
Linda es
administrativa y está activa en movimientos feministas.
Desconozco que habéis contestado en este caso, pero los
sujetos del experimento de Kanehman y los de muchas de las réplicas del mismo
(¡y yo mismo claro!) tienden a ignorar en su mayoría información extremadamente
relevante a la hora de decidir. En el caso de Tom, su descripción nos incita a
imaginarle en una librería, algo que muy probablemente Tom disfrutaría. Pero es
necesario tener en cuenta que el número de camareros en un país concreto tiende
a ser varias veces mayor que el número de bibliotecarios. Así que lo guste o no
a Tom, es mucho más probable que este maldiciendo su suerte detrás de una barra
que desempeñando el trabajo de sus sueños. O a lo mejor, se ha acostumbrado y
además disfruta el trabajo. En el caso de Linda se da el mismo fenómeno pero de
forma aún más aguda. Arrastrados por su descripción de luchadora social y su
licenciatura en filosofía, nos pega situarla en una librería y haciendo yoga en
su tiempo libre. Y si no le ha quedado más remedio que hacerse administrativa,
está claro que es una administrativa feminista. Pero cuando hablamos de
probabilidad, dos condiciones cumpliéndose a la vez son necesariamente menos
probables que una sola. Si linda es administrativa y luchadora por el
feminismo, es administrativa necesariamente. Por tanto lo segundo, a solas, es
de largo más probable. La moraleja es que porcentajes de base como el número de
camareros, administrativos y bibliotecarios es más relevante a hora de hacer
una predicción de este tipo, que el que una descripción personal nos encaje. Y
a esto añadimos la importancia de recordar que cuanto más detalle añadimos a
una descripción, más improbable es encontrar como encajarla. Curiosamente,
expertos en estadística tienden a no mostrar diferencias relevantes en los
resultados de este test. A no ser que estudiemos una base mínima de
competencias estadísticas y consideremos cada paso rigurosamente, nuestra mente
descarta cualquier dato estadístico importante y prefiere guiarse por
historietas llamativas y recuerdos emocionantes.
La razón de que hacer predicciones científicas nos cueste
tanto esta probablemente relacionada con el hecho de que para sobrevivir en la
sabana no tuvimos necesidad de ello. A la hora de recolectar frutos y semillas
o de seguir el rastro de algún animal, mientras te cuidas de no ser devorado
por algo más grande que tú, no había tiempo ni medios para desarrollas métodos
estadísticos y recolectar datos relevantes. Así que nuestra costumbre de
guiarnos por recuerdos traumáticos e ideas emocionantes debió ser más que
suficiente. Pero hoy en día nuestra incapacidad para entender datos
estadísticos intuitivamente conlleva una gran dificultad a la hora de tomar
decisiones en todo tipo de ámbitos. El mundo se ha vuelto más complejo. Somos
muchos más, mucho más interconectados y la tecnología no expone diariamente a
todo tipo de situaciones en las que nuestras intuiciones pueden ser de poca
ayuda. Aun así, aquellos que dirigen nuestras sociedades y economías a menudo
se de dejan guiar por su instinto intelectual, tomando decisiones basadas en predicciones
con poca base científica. Es normal que sea así, debido al desconocimiento
generalizado sobre esta realidad. Pero solo hasta cierto punto. En otro
artículo expliqué como la medicina durante siglos mataba a más gente de la que
salvaba. Lo que motivó la medicina a dejar de ser un método de homicidio
asistido para convertirla en una herramienta con un poder impresionante para
salvar vidas, fue precisamente la introducción de métodos estadísticos basados
en datos obtenidos mediante observación objetiva. Muchas otras ciencias aplican
este rigor científico y estadístico, pero en otras áreas como la política y la
economía la situación es más confusa. A menudo expertos en economía aplican
recetas que han fallado cientos de veces, remedios que ayudan a matar al
paciente como las sangrías de los doctores de antaño. Como los que aplican
estas medidas son individuos de gran inteligencia, nadie se atreve a dudar de
sus decisiones. Pero también eran inteligentes los doctores que aplicaban
sangrías y ofrecían veneno a sus pacientes moribundos. Por muy inteligente que
seas, si te basas en premisas falsas, si ignoras los efectos de las medidas que
propones y te mantienes anclado a un marco teórico desconectado de la realidad,
por muy increíble que este marco pueda ser, tus predicciones serán caca. Kahneman
propone que a la hora de hacer predicciones sobre realidades muy complejas, un algoritmo
sencillo alimentado con datos contrastados es más sabio que un comité de
expertos haciendo gala de sus mejores ideas. En el caso de la medicina se ha
visto claramente. La fórmula del análisis clínico con doble ciego ha encontrado
más medicinas efectivas en su corta historia, que miles de médicos a lo largo
de 5000 años. Y muchos de estos eran demostrablemente auténticos genios
intelectuales. Esto no implica que en el día a día el conocimiento de los médicos
no sea de un valor inconmensurable. Una vez los análisis clínicos demuestran
que algo funciona, la experiencia de un médico es esencial para aplicar este
nuevo conocimiento. Pero sin análisis clínicos, los médicos darían palos de
ciego y recetarían tan pronto algo útil, como un placebo o incluso veneno.
Desgraciadamente en otras áreas de la actividad humana, la
arrogancia de los grandes intelectos no se anima a dejar paso a la efectividad
del método científico y el uso de la estadística. Y qué decir de nuestro día a día. Muchos de
nosotros pasaremos la vida aterrorizados de morir en una epidemia de gripe
aviar, un atentado terrorista, un tsunami, por la exposición a la radiación de
WIFI, asesinados por un psicópata… Aunque estos riesgos son reales, su probabilidad
es enormemente baja. Y mientras perdemos tiempo protegiéndonos de ellos, quizás
nos olvidamos de conducir con más cuidado, de comer menos sal, grasas o azúcar,
de cuidad nuestra salud mental y la de aquellos alrededor (el suicidio es una
causa de muerte tristemente común) o de no hacer equilibrios en una escalera para
descolgar la cortina en vez de bajarnos y moverla. La mayoría no vamos a morir
por una infección viral, si no por una enfermedad coronaria. La posibilidad de
morir en accidente de tráfico hace palidecer a la de morir como víctima de
cualquier crimen violento. Para los medios de comunicación es más fácil vender
amenazas catastróficas que prudencia y consejos dietéticos. Y a nosotros nos
encantan las pelis de miedo que nos ponen. Pero sin dejar de lado la lucha
contra el crimen y la prevención contra amenazas poco usuales, por favor,
concentrémonos en los problemas de verdad. Para ellos necesitamos
concienciarnos de que a nuestro cerebro le gustan las explicaciones sencillas,
historias bien conectadas y fáciles de seguir, relaciones de causa-efecto
evidentes. Pero desgraciadamente, la realidad es compleja y la verdad no deja
de serlo porque a nosotros nos parezca demasiado aburrida o liosa.
La inspiración de este
artículo y gran parte de su contenido provienen del libro “Pensar rápido,
pensar despacio” de Daniel Kahneman.
Los datos para
calcular las probabilidades de morir en accidente laboral o en un atentado
proceden de:
Imagen:
Yo creo que uno pierde el miedo a lo que se habitúa, sin importar ni probabilidad, ni realidad. Este post me ha molado mucho!
ResponderEliminar