A menudo,
cuando nos da por filosofar, acostumbramos a comparar el mundo de hoy en día
con el mundo de hace años. Dependiendo del contexto y de cómo nos sintamos
resulta que el mundo es cada día mejor, los jóvenes más respetuosos y abiertos,
las nuevas generaciones van salvar el mundo en vez de arruinarlo. Otras veces
es todo lo contrario. Los jóvenes no tienen respeto por nada, no saben valorar
lo que tienen, etc. El pasado y el futuro son en gran medida reconstrucciones
que hacemos desde el presente
y que se tiñen del color de las emociones que
sentimos en el momento. Esto puede explicar en parte porque a menudo los mismos
individuos reconstruyen el pasado como un tiempo infinitamente mejor que nunca
volverá, o un infierno del que acabamos de salir mientras que el futuro es
utopía paradisiaca por llegar, o una hecatombe para la humanidad. Si lo
pensamos con seriedad, una gran parte de los comentarios de barra de bar acerca
de las virtudes u horrores del pasado son enormes chorradas. Por citar un tema
popular entre charlatanes, tengo la impresión de que los adolescentes de la
siguiente generación siempre serán vistos como irrespetuosos e irresponsables
por no haber pasado por las experiencias vitales que a nosotros nos formaron
como adultos, no tanto porque sea verdad, como por el gusto que provoca ese
sentimiento de superioridad que tanto nos gusta atribuirnos. No tengo datos
para corroborarlo pero no me cuesta imaginarme este fenómeno repitiéndose
generación tras generación.
Más
raramente nos encontramos con un fenómeno diferente. En lugar de datos
subjetivos que un hablante escoge acorde con su forma de sentir y en cierto
modo para atraerse audiencia, nos encontramos con un dato estadístico objetivo
acerca de una tendencia de cambio generacional. Y en ocasiones, este resulta
totalmente antiintuitivo e imposible de creer, precisamente por que confronta
con el repertorio de “grandes verdades” del orador de sobremesa. Creo que este
puede ser el caso del tema de este artículo, el efecto Flynn que trata sobre el
cambio en los resultados en tests de inteligencia desde que estos se empezaron a
aplicar.
El tema de
medir la inteligencia es complicado, y de hecho los tests de inteligencia
producen mucha controversia (aunque su importancia como predictores de éxito
académico, profesional y personal es clara). En épocas pasadas algunos
intelectuales pertenecientes a clases privilegiadas, no han dudado en tachar a
aquellos más pobres que ellos de menos inteligentes, aunque durante los mismos
periodos históricos, grandes héroes intelectuales provenientes de clases bajas
como Newton o Faraday han demostrado lo contrario. A su vez, los ciudadanos de
civilizaciones tecnológicamente más avanzadas no han dudado en proclamar la
inferioridad intelectual de pueblos con formas de vida más tradicionales. En el
siglo XIX con la aparición de la Teoría de la Evolución de las especies de
Darwin, muchos intentaron buscar una base científica para este tipo de
desigualdades y no tardaron en proclamar la superioridad genética de los
blancos y de entre estos de aquellos de clase más alta. La idea es una
auténtica estupidez, porque la evolución es un proceso extremadamente lento y
aunque pueda tener influencias en momentos, es muy dudoso que haya tenido un
gran impacto en el orden social de los últimos siglos. Con su irresponsabilidad
los darwinistas sociales solo han conseguido que mezclar inteligencia y
genética en una conversación sea tabú en muchos ámbitos. Pero aun así cabe el
espacio para la reflexión respetuosa.
Yo, por mi parte en momentos me he preguntado incluso si la inteligencia humana puede estar evolucionando a menos. Muchos antropólogos que estudian a grupos de cazadores-recolectores aborígenes se sorprenden de la creatividad y facilidad para solucionar problemas de estos y también de su capacidad de recordad de memoria tomos de información sobre las especies de plantas y animales de la zona, hasta el punto de sonrojar a más de un biólogo. Las capacidades de estos indígenas iliterados a menudo me han hecho pensar que quizás ellos, que sí que necesitan su inteligencia para sobrevivir en el día a día sean más inteligentes y que nosotros, tras cientos de generaciones trabajando en los campos sin necesidad de romperse tanto la cabeza, seamos los que estamos perdiendo cualidades mentales, si bien es posible que haciéndonos más colaborativos, lo que explicaría nuestro despunte científico tecnológico.
Yo, por mi parte en momentos me he preguntado incluso si la inteligencia humana puede estar evolucionando a menos. Muchos antropólogos que estudian a grupos de cazadores-recolectores aborígenes se sorprenden de la creatividad y facilidad para solucionar problemas de estos y también de su capacidad de recordad de memoria tomos de información sobre las especies de plantas y animales de la zona, hasta el punto de sonrojar a más de un biólogo. Las capacidades de estos indígenas iliterados a menudo me han hecho pensar que quizás ellos, que sí que necesitan su inteligencia para sobrevivir en el día a día sean más inteligentes y que nosotros, tras cientos de generaciones trabajando en los campos sin necesidad de romperse tanto la cabeza, seamos los que estamos perdiendo cualidades mentales, si bien es posible que haciéndonos más colaborativos, lo que explicaría nuestro despunte científico tecnológico.
Tras un
tiempo contemplando esta posibilidad me he encontrado con un hecho curioso que
ni apoya ni desmiente mi reflexión, pero que contrasta con ella de alguna
forma. Me estoy refiriendo al efecto Flynn que debe su nombre al filósofo James
Flynn. Este se dio cuenta a principio de los 80 de que las compañías que
diseñan tests de inteligencia han tenido que ajustarse la dificultad de sus
test a lo largo de los años para adaptarla a la mejora general de resultados
generación tras generación. Para entender esto hay que considerar que el
resultado del típico test de inteligencia es un cociente en relación a 100. 100
sería la media y desde ahí cada individuo puntúa por encima o por debajo
(Originariamente estaba pensado para menores y se usaba un cociente de la edad
mental entre la edad real). Lo que Flynn observó es que a lo largo de los años,
para que la media en los test de inteligencia se mantenga en 100, estos deben
incluir cada vez preguntas más difíciles, ya que la media sube unos 3 puntos
por década. El estudio de Flynn incluye medidas de control estadístico para
descartar mejoras debidas a una mejor alimentación o salud en general.
Creo que
inmediatamente todos creemos ver claramente que esta mejora se debe a que a lo
largo del último siglo más y más niños han sido escolarizados. Indirectamente
se da una cierta correlación. Pero si solo se tratase de eso, uno esperaría ver
mejoras principalmente en áreas como lectoescritura y aritmética básica. Estos
no son precisamente los aspectos más relevantes de un test de inteligencia y
además curiosamente, en estos aspectos no se ha dado una mejora substancial a
lo largo de los años e incluso, en ciertos momentos y lugares existen
retrocesos. Los aspectos del test en los que se centra el efecto Flynn son
aquellos que tienen que ver con el razonamiento abstracto y la manipulación de
conceptos, ideas, imágenes. Las preguntas pueden centrarse en encontrar
similitudes como que tienen en común un tigre y un castor, analogías como “una
gallina es en relación a un huevo lo que un árbol a …”, o en girar figuras
mentalmente para ver si encajan juntas o no. Estos tests buscan ser todo lo
independientes posibles de la cultura de los participantes, pero es curioso ver
que los resultados más ajenos a la cultura general y la educación académica son
los que reflejan el mayor cambio. Este cambio es tan grande que un joven que tuviera
un 100 (justo la media) hoy en día sería un superdotado con 118 puntos si
tuviera la oportunidad de viajar al 1950, convirtiéndolo en un sujeto
brillante. Si continuara su viaje en el tiempo hasta 1910 el sujeto del test se
convertiría en un superdotado con un coeficiente mayor que el 98% del resto de
la sociedad. También se puede mirar desde el ángulo contrario (algo más
políticamente incorrecto) y si, una persona con un coeficiente de inteligencia
media hace 100 años sería considerado retrasado hoy en día.
Esto por su
puesto no significa que nuestros abuelos fuesen realmente retrasados ni mucho
menos y por supuesto existen otro tipo de habilidades en las que destacarían
más que nosotros. Pero conectando con la introducción del artículo, me da la
impresión que el típico sofista de barra de hoy en día se sentiría casi
ofendido por esta insinuación. A los charlatanes grandilocuentes de bar les
encanta ensalzar el pasado y atribuir a su generación y a las anteriores de una
nobleza e inteligencia superior. Este discurso es siempre a costa de los más
jóvenes a los que a menudo se representa como idiotas arrogantes que no sabrían
atarse los zapatos sin sus mejor dotados padres. En este caso, es más bien al
contrario y las nuevas generaciones tienen cada vez más capacidad de resolución
de problemas y una mayor creatividad.
Antes he mencionado que la evolución genética no tiene nada que hacer en
periodos así de cortos por lo que queda claro este incremento constante en el
coeficiente intelectual del ciudadano medio tiene necesariamente causas
ambientales. Pero también hemos visto como el estudio de Flynn descartaba
variables como las mejoras nutricionales
y mejores condiciones de vida y por otro lado las habilidades
relacionadas directamente con la escolarización universal como lectoescritura y
las habilidades matemáticas básicas son las que no muestran progresos. Nadie
sabe que causa exactamente el efecto Flynn, pero todo apunta a que la
manipulación de símbolos y conceptos abstractos ha entrado en nuestro día a día
y absorbemos estas habilidades inconscientemente hasta que se convierten en
parte de nosotros. En ocasiones, algún antropólogo ha intentado hacer test de
inteligencia en sociedades rurales o en tribus con formas de vida paleolíticas.
Los sujetos de los test por lo general rechazan pensar en abstracto y se niega
a plantearse situaciones hipotéticas. A preguntas como “En los lugares donde
siempre hay nieve los animales son blancos. Si en la ciudad X hay nieve ¿De qué
color son los osos? Las respuestas ofrecidas tienden a ser del tipo “Yo nunca
he visto un oso blanco. No creo que existan y no lo creeré a no ser que alguien
que conozca haya visto uno”. Hoy en día nos resulta un poco extraño que alguien
rechace abiertamente hablar en términos hipotéticos. Conceptos abstractos como
economía o estadística pueden aparecer en cualquier conversación y hasta en
alguna canción. Pero no hace mucho la mayoría veía con recelo hablar de aquello
que no fuera tangible y accesible a la experiencia directa, excepto en el caso
de chamanes, sacerdotes u otras figuras con autoridad para hablar de lo etéreo.
Sin embargo hoy en día, todos nos sentimos perfectamente cómodos hablando de
cosas que nunca hemos visto e incluso de cosas que nunca vamos a ver. Desde
pequeños leemos e interpretamos señales de tráfico, reglas de juegos,
clasificamos objetos e ideas de acuerdo con distintos parámetros hasta el punto
de no necesitamos aprender estas habilidades en la escuela, porque las
encontramos en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. Y esto está haciendo
que nos convirtamos en más inteligentes
generación tras generación.
Esto está
todo muy bien, y puede ser un subidón considerar que seríamos genios solo unas
décadas atrás. Pero el efecto Flynn sigue su curso, así que puede que si
viajáramos al futuro, nuestros nietos nos vieran como un poco zoquetes.
Afortunadamente la inteligencia suele hacer a los humanos más tendientes a la
empatía y menos propensos a maltratar a los demás. Así que con un poco de
suerte estos habitantes del futuro harían lo posible por no hacernos sentir
tontos. Y no se si esta mejora tendrá un tope. Es muy posible que sí. Pero me
fascina pensar de que serán capaces nuestros nietos y bisnietos si alcanzamos a
no acabar con el planeta antes de que les toque heredarlo. Compara nuestra
tecnología con la de principios del XX ¿Qué nos encontraremos al inicio del XX?
Así que ya
no sé si pensar si los humanos nos estamos haciendo cada vez más tontos al no
tener que sobrevivir en la naturaleza. Dado que el efecto Flynn tiene con casi
totalidad causas ambientales ambos procesos serían compatibles. Por otro lado,
leyendo sobre la evolución de la inteligencia humana da la impresión de que
cada día más y más expertos descartan que esta provenga de la lucha directa por
la supervivencia ya que esta parece exceder con mucho la necesidad de la pura
lucha por mantenerse vivo. Una causa podría ser la selección sexual, con las
hembras humanas seleccionando los machos más inteligentes. Otra que a mí me
resulta más creíble sería lo que se conoce como “carrera armamentística”. Por
ejemplo algunos individuos serían capaces de mentir cada vez mejor. Por tanto
el resto tiene que desarrollar una mayor inteligencia para detectar esas
mentiras, pero esta inteligencia les capacita para inventar mentiras mejores y
cada vez se necesita más capacidad de proceso de información para ir tirando.
Los humanos más inteligentes se aprovecharían de los menos inteligentes
teniendo un mayor número de descendientes y así constantemente hasta que
encontrarnos con nuestra especie, con una capacidad de proceso de datos
ridículamente grande si la comparamos con la de cualquier otro animal, teniendo
en cuenta que la mayoría de estos han sobrevivido por millones de años con muy
poca inteligencia o sin inteligencia alguna.
Este artículo está basado en un
capítulo del libro “Los ángeles que llevamos dentro” de Steven Pinker del que
saco la mayor parte de la información relevante.
Imagen:
http://www.geekwire.com/2012/10-mental-traits-innovative-leaders/
No hay comentarios :
Publicar un comentario